Recuerdo perfectamente el último día de mi vida "normal".
No, no fue hace un año, fue hace algo más, hace un año y medio, el día que mi madre entró en el hospital para no salir.
Desde que murió y pudimos dejar el infierno de paliativos hasta que empezó la pandemia pasaron sólo dos meses y medio. Apenas empezaba a recuperarme, un poco, lo suficiente para no pasar llorando todo el día y ser más o menos funcional, cuando me vi encerrada en casa sine die. Porque, chica, llámame loca, pero a mí cuando decían que eran quince días y acto seguido hablaban de la gravedad de la pandemia, pues quince días se me antojaban pocos y pensé que era para largo. Y tenía razón.
Como tantas otras personas tengo la sensación esa del día de la marmota, por las restricciones, limitaciones, prohibiciones y esas vainas. Pero, sobre todo, tengo la sensación de estar perdida, de no tener a qué volver, porque se me olvidado o no existe.
Yo sigo aquí, delante del ordenador, pero a mi alrededor ha cambiado todo lo que me importa o con lo que me relaciono. TODO. Desde lo pequeño hasta lo grande.
Así que me encuentro desubicada, no sé adónde tengo que volver, ni si tengo que volver a algún sitio.
No puedo volver a lo de hace un año y medio porque mi madre no está y todo es diferente. No puedo volver a lo de antes de la pandemia porque fue como una nube de irrealidad, de cuidados y tristeza, porque no quiero, vaya.
Así que aquí estoy, en stand by, sin saber pa dónde tirar, sin vida a la que volver. Sin querer hacer planes para más allá de una semana. Sin saber qué empezar a recuperar o de qué debería empezar a prescindir. Sin saber dónde y cómo quiero estar para estar bien.