Cuando hice la comunión mis padres hicieron las tres cosas que marca el protocolo: me cortaron el pelo, me apuntaron a los Scouts y me llevaron al oculista porque me acercaba mucho a ver la tele.
Y me pusieron gafas.
Con los años descubrimos que no iba a ser un camino fácil: cada vez que iba me había subido la graduación.
Mis amigas se fueron operando para dejar de ser cuatro ojos y yo, la verdad, nunca tuve la tentación de ir voluntariamente a un quirófano, ya había pasado por uno por obligación y no estaba por la labor de volver a pasar para deshacerme de algo que me gustaba: las gafas.
Al hacerme mayor la cosa seguía creciendo, con dioptrías de todo subiendo al marcador de manera desigual y a lo loco, como en un partido de fútbol americano, convirtiendo las lentillas y las gafas en una parte de mí, porque veo menos que un gato de escayola.
Mientras, mis amigas me daban la brasa sideral con las ventajas de operarse para no tener que depender de una prótesis. Que es más cómodo para nadar, decían, no entiendo por qué no te operas.
Me gustan mis gafas, decía yo, estoy bien con ellas.
Y se reían y me decían que estaba loca por permitir ser dependiente de una prótesis que podría haberme ahorrado.
Con la llegada de la vista cansada, mi única adaptación ha sido la de muchas personas: llevar unas gafas de cerca o quitarme las de lejos, un gesto rápido que me resulta natural. Estoy acostumbrada a depender de ellas y no pasa nada.
Mis amigas ya no se ríen y me piden las gafas para mirar el móvil, porque a ellas se les han olvidado.
La vida tiene unas cosas...
jueves, 5 de septiembre de 2019
miércoles, 4 de septiembre de 2019
Cosas que nunca vas a saber VI
Querido abogado de lo mercantil:
Me gustabas.
Me gustabas tanto que dejé que te comieras la ensalada que arrastré durante todo el día sin rechistar.
Tanto, que me emborraché contigo como ya no recordaba hacerlo.
Tanto, que he experimentado contigo lo de salir de todas mis zonas de confort y no me importa que no haya salido como esperaba.
Tanto, tanto, que rompí casi todas mis reglas no escritas para la primera cita, para lo que hay que hacer después de la primera cita y para lo que no hay que hacer no sé cuanto tiempo después de la primera cita.
Podría decirte que estoy segura de que nos llevaríamos bien si te echaras a la piscina y nos conociéramos algo mejor pero no me atrevo: he aprendido que me equivoco mucho cuando intento saber qué piensan o cómo son las personas.
No vamos a tener la oportunidad de saberlo pero no pasa nada, te deseo lo mejor y un poquito más de empuje para tomar esas decisiones que parece que te cuesta tanto tomar.
Es una pena, pero no puedo asegurarte que estaré ahí cuando te decidas. No porque tenga prisa, es porque ya no tengo paciencia para esperar sentada.
Me gustabas.
Me gustabas tanto que dejé que te comieras la ensalada que arrastré durante todo el día sin rechistar.
Tanto, que me emborraché contigo como ya no recordaba hacerlo.
Tanto, que he experimentado contigo lo de salir de todas mis zonas de confort y no me importa que no haya salido como esperaba.
Tanto, tanto, que rompí casi todas mis reglas no escritas para la primera cita, para lo que hay que hacer después de la primera cita y para lo que no hay que hacer no sé cuanto tiempo después de la primera cita.
Podría decirte que estoy segura de que nos llevaríamos bien si te echaras a la piscina y nos conociéramos algo mejor pero no me atrevo: he aprendido que me equivoco mucho cuando intento saber qué piensan o cómo son las personas.
No vamos a tener la oportunidad de saberlo pero no pasa nada, te deseo lo mejor y un poquito más de empuje para tomar esas decisiones que parece que te cuesta tanto tomar.
Es una pena, pero no puedo asegurarte que estaré ahí cuando te decidas. No porque tenga prisa, es porque ya no tengo paciencia para esperar sentada.
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#cosas,
#noviodeverdad
lunes, 2 de septiembre de 2019
¿Estás más delgada?
Hay personas que creen que te hacen un cumplido cuando te dicen Estás más delgada, ¿no?
Estoy casi segura de que se sienten bien porque piensan que hacen un cumplido porque, claro, todo el mundo sabe que estar más delgada siempre es mejor que la alternativa, que es estar más gorda. Que sí, que lo hacen con buena intención, joder...
Aunque siempre me sorprende que esas personas tan sueltas para manifestar su opinión lleven regulero una respuesta que no esperan, que supongo que sería algo así como ay, sí, ¿a que se me nota? o algo similar.
Yo he pasado bastantes lustros callándome la respuesta, por lo que sea, pero este verano me ha pillado deslenguada, muy en plan me la suda el coño, y aquí va una lista de las respuestas, por si a alguien más le vale. No garantizo que sienten bien o que no vayan a calzaros una hostia pero, oye, se queda una como una reina:
A la pregunta Estás más delgada, ¿no? de este verano, Gordipé ha respondido que:
- No sabría decirte, no me fijo en esas cosas.
- Te habré pasado a ti los kilos sin querer, me parece.
- Es por la dieta del cucurucho, que tú no sigues, claramente.
- No sé, podemos preguntar al nuevo novio profesor de fitness con un doctorado en Harvard de tu ex.
- Si me lo dices para que yo te responda con un tú también, no, estoy igual.
- Será la ropa o que te pesan los cojonazos y me ves desde abajo, que estiliza.
No intentéis adular a alguien diciéndole que está más delgada si no os ha pedido opinión, por favor, que os puede salir el tiro por el culazo.
Estoy casi segura de que se sienten bien porque piensan que hacen un cumplido porque, claro, todo el mundo sabe que estar más delgada siempre es mejor que la alternativa, que es estar más gorda. Que sí, que lo hacen con buena intención, joder...
Aunque siempre me sorprende que esas personas tan sueltas para manifestar su opinión lleven regulero una respuesta que no esperan, que supongo que sería algo así como ay, sí, ¿a que se me nota? o algo similar.
Yo he pasado bastantes lustros callándome la respuesta, por lo que sea, pero este verano me ha pillado deslenguada, muy en plan me la suda el coño, y aquí va una lista de las respuestas, por si a alguien más le vale. No garantizo que sienten bien o que no vayan a calzaros una hostia pero, oye, se queda una como una reina:
A la pregunta Estás más delgada, ¿no? de este verano, Gordipé ha respondido que:
- No sabría decirte, no me fijo en esas cosas.
- Te habré pasado a ti los kilos sin querer, me parece.
- Es por la dieta del cucurucho, que tú no sigues, claramente.
- No sé, podemos preguntar al nuevo novio profesor de fitness con un doctorado en Harvard de tu ex.
- Si me lo dices para que yo te responda con un tú también, no, estoy igual.
- Será la ropa o que te pesan los cojonazos y me ves desde abajo, que estiliza.
No intentéis adular a alguien diciéndole que está más delgada si no os ha pedido opinión, por favor, que os puede salir el tiro por el culazo.
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Gordicidades
domingo, 11 de agosto de 2019
Adiós, Simón
Simón ha muerto.
Podríamos decir que ha muerto en mis brazos pero, no, ha muerto en su sofá, atendido por los sanitarios, aunque la mía ha sido la última cara amiga que ha visto antes de irse porque le dio tiempo de llamarme cuando le dio el yuyu.
Tenía una pinta horrible desde hace meses. Le veía pasear sus menos de 40 kilos por el barrio y pensaba "este señor se ha muerto pero no lo sabe".
Llamaba a su puerta todos los días y, si no estaba, le dejaba notitas en el buzón, para asegurarme de que estaba bien. Y él llamaba a mi puerta cuando volvía y me sonreía, con esa cara horrorosa y la boca sin dientes, y me decía que aún estaba dando guerra.
Siempre me decía que estaba mejor, que los médicos le decían que todo iba bien, que el cáncer estaba controlado y que sólo tenía que coger peso.
Yo le animaba y le llevaba tapers de comida de mi madre, mientras pensaba, todo el rato "o este señor no entiende al médico o la recuperación es más rara de lo que debería". Y el me lo agradecía mucho y me decía "Mari Gordi, qué bien me tratas porque sí".
Nunca me devolvió un táper ni yo se lo pedí, lo que casi provoca un conflicto internacional con mi madre, que acabó poniendo la comida en tarros de cristal que no esperaba ver de vuelta.
Hoy han venido unos parientes a vaciar su casa y han encontrado el congelador lleno de tarros congelados con la fecha escrita en la tapa. Me han preguntado si sabía de dónde los sacaba, porque él no cocinaba y les he dicho que se los traíamos nosotros.
Ah, entonces tu cumpleaños debe ser el que está apuntado en el calendario.
El mío y el de mi sobrino, los dos únicos cumpleaños apuntados en su calendario... Por eso se acordaba todos los años de felicitarme y de robar flores del jardín del instituto.
A veces no somos conscientes de que lo que para nosotros son cosas pequeñas pueden ser muy importantes para los demás.
Podríamos decir que ha muerto en mis brazos pero, no, ha muerto en su sofá, atendido por los sanitarios, aunque la mía ha sido la última cara amiga que ha visto antes de irse porque le dio tiempo de llamarme cuando le dio el yuyu.
Tenía una pinta horrible desde hace meses. Le veía pasear sus menos de 40 kilos por el barrio y pensaba "este señor se ha muerto pero no lo sabe".
Llamaba a su puerta todos los días y, si no estaba, le dejaba notitas en el buzón, para asegurarme de que estaba bien. Y él llamaba a mi puerta cuando volvía y me sonreía, con esa cara horrorosa y la boca sin dientes, y me decía que aún estaba dando guerra.
Siempre me decía que estaba mejor, que los médicos le decían que todo iba bien, que el cáncer estaba controlado y que sólo tenía que coger peso.
Yo le animaba y le llevaba tapers de comida de mi madre, mientras pensaba, todo el rato "o este señor no entiende al médico o la recuperación es más rara de lo que debería". Y el me lo agradecía mucho y me decía "Mari Gordi, qué bien me tratas porque sí".
Nunca me devolvió un táper ni yo se lo pedí, lo que casi provoca un conflicto internacional con mi madre, que acabó poniendo la comida en tarros de cristal que no esperaba ver de vuelta.
Hoy han venido unos parientes a vaciar su casa y han encontrado el congelador lleno de tarros congelados con la fecha escrita en la tapa. Me han preguntado si sabía de dónde los sacaba, porque él no cocinaba y les he dicho que se los traíamos nosotros.
Ah, entonces tu cumpleaños debe ser el que está apuntado en el calendario.
El mío y el de mi sobrino, los dos únicos cumpleaños apuntados en su calendario... Por eso se acordaba todos los años de felicitarme y de robar flores del jardín del instituto.
A veces no somos conscientes de que lo que para nosotros son cosas pequeñas pueden ser muy importantes para los demás.
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No sé qué etiqueta poner
martes, 9 de julio de 2019
Las adicciones
Tiendo a pensar que soy empática y que, quizás por el TOC este que tengo de analizar las cosas desde muchos puntos de vista, intento ponerme siempre en los zapatos de los demás, aunque sea para llevarme las menos sorpresas posibles.
Sin embargo, por mucho que lo intente, me resulta muy difícil ponerme en la piel de alguien que tiene una adicción y es incapaz de reconocerlo y que, por tanto, no se siente responsable del dolor y los problemas que causa en los demás.
Lo que me fascina del asunto no es tanto la incapacidad de aceptar la realidad, qué va, es el esfuerzo sobrehumano que hacen estas personas para demostrar a los demás, A TODOS LOS DEMÁS, que están equivocados.
A veces ese esfuerzo es recompensado y a mí, al menos, me hace dudar. ¿Seré yo la que estoy loca y veo una cara desencajada por el alcohol y las drogas donde sólo hay cansancio? ¿Soy yo la que confunde ese hablar arrastrado con la mala cobertura? ¿Me preocupo más de lo que corresponde?
Otras, por el contrario, el esfuerzo no me convence en absoluto, la ira, rabia y la desesperación se me apoderan y me llevan a decir cosas que no sé debería decir, porque soy incapaz de adivinar el impacto que pueden tener. Y entonces me siento culpable. ¿He sido demasiado dura y va a desaparecer por mi culpa? ¿Me he pasado? ¿Y si cumple su amenaza y se estrella contra un muro o se mete algo de más y se muere?
Al final, todo se reduce a que, aunque me siento impotente porque sé que no puedo hacer nada, también me siento responsable de las consecuencias de lo que digo y hago, de si lo digo y hago en el momento adecuado, y también de lo que no digo o no hago.
Tener una adicción debe ser muy jodido pero, ah, amigo, no te quiero ni contar la vida de las familias de la persona adicta, que no se lo pasan bien ni ese ratito.
Sin embargo, por mucho que lo intente, me resulta muy difícil ponerme en la piel de alguien que tiene una adicción y es incapaz de reconocerlo y que, por tanto, no se siente responsable del dolor y los problemas que causa en los demás.
Lo que me fascina del asunto no es tanto la incapacidad de aceptar la realidad, qué va, es el esfuerzo sobrehumano que hacen estas personas para demostrar a los demás, A TODOS LOS DEMÁS, que están equivocados.
A veces ese esfuerzo es recompensado y a mí, al menos, me hace dudar. ¿Seré yo la que estoy loca y veo una cara desencajada por el alcohol y las drogas donde sólo hay cansancio? ¿Soy yo la que confunde ese hablar arrastrado con la mala cobertura? ¿Me preocupo más de lo que corresponde?
Otras, por el contrario, el esfuerzo no me convence en absoluto, la ira, rabia y la desesperación se me apoderan y me llevan a decir cosas que no sé debería decir, porque soy incapaz de adivinar el impacto que pueden tener. Y entonces me siento culpable. ¿He sido demasiado dura y va a desaparecer por mi culpa? ¿Me he pasado? ¿Y si cumple su amenaza y se estrella contra un muro o se mete algo de más y se muere?
Al final, todo se reduce a que, aunque me siento impotente porque sé que no puedo hacer nada, también me siento responsable de las consecuencias de lo que digo y hago, de si lo digo y hago en el momento adecuado, y también de lo que no digo o no hago.
Tener una adicción debe ser muy jodido pero, ah, amigo, no te quiero ni contar la vida de las familias de la persona adicta, que no se lo pasan bien ni ese ratito.
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Gordicidades,
Imperfecciones
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