lunes, 27 de junio de 2016

Basura

Qué desesperanza. Qué horror. Qué espanto.

Y eso que me he cansao, y escribo este post antes de saber cómo ha quedado definitivamente el recuento de votos, diputados y esas mierdas de las segundas elecciones generales en seis meses.

SEGUNDAS.

Mi cuñada interior ha sacado algunas conclusiones:

  • Con este sistema las campañas electorales no sirven para nada. Estamos en el mismo punto que hace seis meses. Y lo peor es que el sistema no va a cambiar porque resulta que salen siempre los moderados a quienes da miedo cambiar cosas del sistema por si no vuelven a salir.
  • A los españoles se la pela la cosa política casi tanto como a los políticos los españoles. Y todo españoles.
  • Debe haber mucha gente que vota a lo lóquer, por colores, por el más guapo o por todas a la vez.
  • El ser humano es muy de sus costumbres y de lo de toda la vida.
  • Cuando alguien sale en una lista para que le elijan para algo en unas elecciones se activa el gen soy imbécil pero de aquí no me echan ni con escoplo, el síndrome  y tú más, y la afección multiorgánica prometer hasta haber metido.
  • Tener que elegir entre opciones que, en otras circunstancias, son basura, nunca, NUNCA, puede dar como resultado nada bueno. Sólo más basura.
No aprendemos. 

Tenemos basura porque merecemos basura.


viernes, 24 de junio de 2016

Flotar en el mar

Abro los ojos y veo el cielo. 

Diría que no hay nubes, al menos no veo ninguna desde aquí.

Desde aquí es desde donde estoy ahora, quizás dentro de unos minutos esté más allá, y allá sí haya nubes. Aquí no hay. No, espera, a ver... falsa alarma... creo...

Cierro los ojos. No me interesa saberlo.

El caso es que aquí el agua está un poco fría, pero sólo un poco, lo suficiente como para notar el contraste cuando las olas se mezclan con el calor del sol.

Con los ojos cerrados me concentro en el sonido del mar. No hay otro sonido igual. O es porque permite que se escuche latir el corazón como en ningún otro sitio. A veces pienso que sólo en el mar puede una estar segura de que está viva de verdad. Luego pienso en lo del bistec y se me pasa. 

No tengo claro por qué he empezado a pensar en comida mientras floto como un peso muerto. ¿Tengo hambre? No puede ser, nunca tengo hambre en el mar. Bueno, nunca no es exacto. No como en el mar porque se moja todo y es un asco. ¿Por qué estoy pensando en comer? ¿He comido gambas o algo marino últimamente? Tendré antojo de sepia, vete a saber. O igual es porque podría ser yo la comida de... ¿seré yo el pez pequeño de algún pez más grande? 

Abro los ojos y veo el cielo.

Sigue siendo azul y aquí tampoco hay nubes.

Noto el agua fría en la nuca, jugando con el pelo. Sonrío.

Cojo aire y echo la cabeza hacia atrás, luchando por un momento contra el agua y la sal para sumergir la cabeza y escuchar el mar en todo su esplendor. 

Al volver a la superficie abro los ojos de nuevo y confirmo que aún no hay nubes. 

Y me escucho sonreír.

Flotar en el mar y escucharse es uno de los pequeños placeres de la vida.

miércoles, 22 de junio de 2016

Chispas

Hace un tiempito conocí a un señor en una red social de esas que podríamos denominar.

Estaba casado, claro. Andaba pesaroso, rencoroso con la vida y el amor. Bueno, en realidad andaba rencoroso con su santa. Estaba desesperaíco porque pensaba que había descubierto que ella tenía un lío on line.

Despechado, se lanzó a vengarse con la misma moneda: el engaño y la traición.

Mientras él andaba llorando por los rincones y follándose a tó lo que se menea, ella tonteaba y tonteaba con el otro. Hasta yo, que tengo la intuición de un zapato y las entendederas de un niño de tres años, me di cuenta de que si no se habían lanzao a la lujuria desenfrenada deberían hacerlo, porque saltaban chispas del tamaño de Alpedrete.

Nunca le di la razón, no se lo merecía, pero la tenía.

Un tiempo después, se separaron. Acabaron como el rosario de la aurora y yo dejé de verle. Nunca más he sabido de él.

Ni de ella. Su cuenta desapareció. Quedó como la zorra que echó a perder un matrimonio modélico por cepillarse a un tipo que conoció en la Red. Un tipo que, con el tiempo, desapareció también.

Hace poco descubrí por azar la nueva identidad del destrozahogares.  

Ahora hace saltar chispas del tamaño de Castilla La Mancha con otra, mientras su santa prepara un nido, feliz como una lombriz.

La vida, cómo es, de puta.

martes, 31 de mayo de 2016

Cosas urgentes

Hace unos días, casi una semana, llevaba unos zapatos cerrados con medias. A medida que iba pasando el día subía la temperatura. Y los pies se me recocían.

A mediodía estaba desesperada. Como cuando te tira algo de la sisa. Incómoda. Muy incómoda.

Se acercaba la hora de comer, pensaba en el porrón de horas que me faltaba para llegar a casa y quitarme las medias y los zapatos e iba enfermando. Literal: me puse enferma. Y empezó a instalarse en mi cabeza un monotema: tengo salir a comprar unos zapatos de urgencia.

La antigua Gordi, la inmadura, caprichosa y despilfarradora Gordi, ni siquiera tenía que pensar en argumentos a favor de la idea. Estaban ahí, ya pensados, utilizados mil veces:
- Si son de urgencia, serán superbaratos y súperponedores, los amortizaré rápidamente.
- No tengo por qué aguantar este sufrimiento.
- LOS NECESITO.

En estas estaba cuando apareció la nueva Gordi, la inmadura, caprichosa, otrora despilfarradora y ahora reflexiva y canina Gordi, con una bolsa de argumentos también pensados, pero apenas desgastados:
- Ya tienes unos 100 pares de zapatos. No te engañes, aún tardarás mil años en amortizarlos todos. 
- Tampoco estás sufriendo tanto, puedes esperar, no seas exagerada.
- No, NO LOS NECESITAS.
- No te lo puedes permitir ahora.
- NO ES URGENTE.

No conseguía concentrarme con las dos versiones gordíferas vociferando en mi cabeza así que me lancé a buscar un paracetamol en la cajonera, porque ya veía venir la jaqueca por sotavento. 

Encontré algo mejor, al menos a primera vista: unas chanclas.

La sempiterna y precavida Gordi hizo su aparición en todo su esplendor, desplegando su poder como un manto de terciopelo rojo y armiño: en algún momento pasado pensó que estaría bien tener unas chanclas, supongo que por si se avenía una pedicura (también de urgencia, CLARO) y allí las dejó, envueltitas en la bolsa de tela blanca, esperando.

[Antigua Gordi ya no tenía argumentos y desapareció. Nueva Gordi resopló, ufana, sabedora de que había ganado la batalla sin luchar, siguiera, apuntando la victoria con una muesca más en el cinturón. Que, a ver, se puso tonta sin razón, porque las chanclas estaban ahí desde el año pasado pero, qué quieren está con la cosa del refuerzo que no caga. Precavida Gordi se fue a dar una vuelta, a ver qué guardaba para otro día.]

No pude reprimir una sonrisota de satisfacción mientras me quitaba las medias y los zapatos. Ni cuando me fui a la cocina a por agua, triunfante, victoriosa, totally goddess

Al volver me quité las sandalias, las guardé cuidadosamente y volví a calzarme las medias y los zapatos. No sé andar con chanclas con cierta dignidad.

Aguanté estoicamente el sufrimiento hasta llegar a casa y al día siguiente me puse calzado abierto.

Sé que hay una metáfora de la vida por aquí, en algún sitio, pero no acabo de verla…

viernes, 27 de mayo de 2016

Ver dormir

Ver a las personas dormir plácidamente en el tren o el autobús, despertando milagrosamente justo antes de su parada. 

Repasar tranquilamente el rostro relajado, la frente despejada, la boca entreabierta, los ojos cerrados... sabiendo que quizás ahí adentro hay una historia épica que merece ser contada pero nunca lo será. 

Observar la placidez de una cara desconocida dormida, vencida al sueño, ajena a lo que pasa a su alrededor, expuesta, vulnerable. 

Aventurar el cabeceo con cada parada, cada movimiento brusco, cada ruido inesperado, y admirarse cada vez que el instinto recoloca el cuerpo y sigue su camino en brazos de Morfeo.

Sonreír cuando esa persona despierta, aún torpe, amenas consciente de que ya no está dormida y tiene que seguir su camino, con una ligera mueca de disgusto porque, eh, acaba de despertar.

Imaginar la razón de ese sueño inmisericorde, que vence sin importar dónde ni cómo, sin vergüenza, aguantando las ganas de preguntar, sin más, por qué. 

¿Se habrá quedado despierto estudiando porque tiene un examen? ¿Tendrá un bebé que no le deja dormir y aprovecha para dormir cuando puede? ¿Habrá soñado? ¿Qué habrá soñado? ¿Habrá pasado la noche de fiesta? ¿Estará preocupado por el dinero, estará enfermo, será insomne...? 

Ver dormir a un desconocido e imaginar que pasa dentro de su cabeza es un de los pequeños placeres de la vida.