Hoy he perdido unas gafas de prebicia.
Las llevaba colgadas del escote, se habrán caído y no las he encontrado. Eran mis gafas favoritas, con las que mejor veía.
He andado y desandado varias veces el trayecto cortito en el que podían haberse caído, pero no estaban, alguien ha debido cogerlas, no hay otra explicación.
Y cuando me he sentado a tomar un café antes de entrar a la reunión me he echao a llorar. Pero con sofoco y todo. Que ha venido la cocinera del bar a consolarme y todo, la pobre, y en vez del café me ha puesto una infusión y se ha sentado a mi lado. La señora habrá pensado que era algo gravísimo y se ha sentado a mi lado unos minutos, y cuando ha visto que se me iba pasando ha vuelto a su trabajo. De vez en cuando se asomaba a ver si estaba mejor, y cuando me he ido me ha dicho un Cuídate, cariño, que me ha sabido a gloria.
Hija, qué vergüenza, cómo te has puesto por unas gafas que, además, te costaron seis o siete euros en una farmacia, no es pa tanto.
Y, no, lo de las gafas no es para tanto. No ha sido nada.
Bueno, nada más que una llama en una caja de petardos. Era cuestión de tiempo que explotaran todos a la vez y se adviniera EL DRAMA.
¿Qué sorpresas nos depararán los próximos mecheros?
Stay tuned.