- Mami, voy a echarte de menos cada segundo y te quiero más que a nada pero, si estás viéndome, no te manifiestes, que me cago viva.
Hace exactamente un año a estas horas estaba diciendo esto en voz alta mientras hacía la cama, como si fuera un último homenaje a la mujer que decía que no hacer la cama debería tener multa.
Recuerdo que pensé que era una tontería, que ella ya no iba a ver que no tenía la cama hecha nunca más, mientras estiraba sábanas y edredones. Recuerdo que me senté en la cama cuando acabé y estuve llorando mucho rato. No sé cuánto, pero sé que fue mucho. Más que hoy, creo.
Me entró frío allí sentada: sólo llevaba una camisa y una chaqueta de punto. Y recordé una de las últimas cosas que me había dicho sólo unas horas antes.
- Nena, vas muy fresca. Aun con los ojos cerrados y la conciencia endeble por la morfina, mi madre sabía que tenía frío.
- Ya, pero es que en el hospital hace mucho calor, mami.
- Ponte el chal, anda, que luego te constipas en seguida, dijo, con esa sonrisa como picarona que tenía siempre puesta.
Y volvió a caer en el sopor.
No le dije que esa mañana, cuando me vestía sabiendo que iba a ver morir a mi madre, no me importaba el frío, y me puse la chaqueta que sabía que le gustaba, esa que le sacaba una mueca de aprobación, porque decía que me daba luz a la cara y me sentaba tan bien.
Y ya no he vuelto a ponerme aquella chaqueta.