domingo, 25 de octubre de 2020

La curva (II)

... va y un día tenía que ir a un sitio a media distancia. Lo que viene siendo que está lo suficientemente cerca para que no te plantees coger el bus pero lo suficientemente lejos como para ser consciente de que 25 minutitos no te los quita nadie.

Tenía tiempo, y con la excusa barata de que joder, que no salgo casi nunca y me merezco dar un paseo largo allá que me fui, avenida arriba.

Me puse los cascos, y eché a andar, con un podcast de fondo. 

Y dejé de pensar de manera consciente, me dejé llevar, sólo tenía que seguir andando por la acera.

En algún momento me di cuenta de que cuando me cruzaba con alguien por la calle tarareaba un rato lo de por la esquina del viejo barrio lo vi pasar con el tumbao que tienen los guapos al caminar... Me pasa a veces, lo de tararear por la calle e, instintivamente, mi paso se acompasa al ritmo de la melodía.

Y de repente empezó a sonar Bohemian Rhapsody.


Y empecé a cantar en mi cabeza. 

Hasta que me di cuenta de que nadie me veía cantar (mascarilla mediante) y nadie podía escucharme cantar (distancia mediante).

Así que empecé a cantar de verdad, con todas las voces. Ya he cantado Bohemian Rhapsody en karaokes, en la boda de una amiga, en un concierto... Y me vine arriba.

Y me di cuenta porque paré en un semáforo, y la señora que paró a mi lado me miró raro.

La mascarilla me sirvió para decirle, al compas de la música:

¿Qué pasaa,

tú no cantas cuandooyes a Queeeeen?

¡No me mi res tan raro

que pa reces toooonta!

Uh, beibe, 

no sabes qué te pierdes.

De ja de mirar, 

de ja de mirar,

que es normaaal.

Echó a andar y seguramente no me escucho, pero me hizo gracia, ahora es mi letra oficial de Bohemian Rhapsody y canto sin pudor cuando llevo mascarilla.

miércoles, 7 de octubre de 2020

La curva (I)

... va y un día me di cuenta de que hacía casi dos semanas que no veía el cielo azul y en grande. 

CASI DOS SEMANAS.

En todo ese tiempo sólo había salido dos o tres veces por la noche a sacar la basura, casi corriendo, como si fuera un delito. Que no lo era, pero como si sí.

Llámame loca pero necesitaba salir, que me diera el aire. Y hablar con alguien cara a cara.

Así que me puse unos zapatos y salí a comprar el pan. Que estaba un poco harta de comer pan descongelado, eso también.

Era muy pronto, así que no me extrañó no ver a nadie por la calle. En mi barrio madruga poca gente y me alegré un poco. A finales de marzo sabíamos poco, pero teníamos claro que la gente era un problema. Mejor que no haya nadie, pensé.

Y con este pensamiento en la cabeza doblé la esquina y me encontré con una cola de seis o siete personas esperando pacientemente para entrar a la panadería. Entre lo poco que sabíamos estaba lo de que era importante mantener la distancia de seguridad, y las seis o siete personas hacían una cola muuuy larga.

- ¿Es usté la última?, atiné a preguntar, algo descolocada, y esperé mi turno.

La cola avanzaba rápido: aunque la panadería es pequeña tiene dos puertas, un doble circuito perfecto.

Qué civilizados estamos siendo en esta pandemia, coñe, quién lo iba a decir.

Pero lo que más me sorprendió no fue el orden de entrada y salida en un sitio habitualmente caótico, sino la profilaxis.

Las panaderas habían armado un fortín de metacrilato, con un pequeño agujero por el que servían y cobraban. Y llevaban mascarilla y guantes de colores y pantalla decorada.

No sé por qué, se me ocurrió que parecían recién sacadas de una caja de polvorones, de esos empaquetados individualmente. 

Al ir a pagar saqué 5 euros del bolsillo para pagar el pan de las dos semanas siguientes.

- Ay, Gordi, que ahora cobramos con tarjeta, por lo de no tocar el dinero y eso.

- Joder, pues no he cogido la tarjeta, que he salido sólo a por el pan.

- No te preocupes, mujer, ya me lo pagarás.

- Que no, que igual no salgo hasta dentro de 15 días.

- No pasa nada, mujer, ya me lo pagarás, y no se te ocurra volver en seguida, que te conozco. Ya me lo pagarás.

Y así fue cómo descubrí en la pandemia que las panaderas saben cómo me llamo y me consideran persona de fiar.

lunes, 5 de octubre de 2020

Sueño contigo

Últimamente sueño mucho contigo.

O, más bien, sueño mucho con follar contigo.

No me interpretes mal, te echo de menos por el sexo.

Es otra cosa que me quitado la pandemia, el sexo. No acaba de llamarme la atención quedar con señores random para intercambiar fluidos en estos momentos y, o tengo demasiado autocontrol o no me hace tanta falta como creo que me hace faltLO DEL AUTOCONTROL.

Aunque si esto hubiera pasado hace unos años tú habrías sido igual de random que cualquier otro estoy casi segura de que hubiera ganado esa falsa sensación de seguridad que da estar con alguien que te come el coñTE RONEA desde hace años. Como quien no tiene miedo de que le peguen con una ETS porque está emparejao, pero modelo coronavirus.

Y luego está lo de… bueno, no me interpretes mal, no te echo de menos sólo por el sexo.

Echo de menos la intimidad, el cariño, la complicidad, la confianza… El drama, no, pero todo lo demás sí lo echo de menos.

Supongo que la pandemia ha acentuado todas estas mierdas: la falta de contacto físico, la soledad, los cambios de rutinas, el aislamiento... Y sueño contigo un montón, hostias, y me levanto con el cuerpo revuelto y la cabeza en otros sitios.

Que, chico, cómo es la mente, si hasta he empezado a pensar que teníamos algo bonito...

¿Por qué estoy escribiendo esto pero no te lo digo? Escribirlo tiene muchas ventajas: me ayuda a darme cuenta de que no tengo que bajar la guardia, porque sería muy fácil volver a empezar; si sale de mi cabeza y lo sabe alguien más me avergonzaría tanto recaer que no voy a hacerlo; y, sobre todo, sería muy idiota.

Y con eso me quedo, con las ganas, la nostalgia y los sueños a destiempo.