lunes, 17 de febrero de 2020

Desacorazada

A veces se me olvida un momento que mi madre se ha muerto.

Luego la hostia es campeona, esa que me llevo gratis cuando me acuerdo de repente que eso que quería contarle y que le haría tanta gracia pues no va a poder ser, y me quedo con la sensación de que mis cosas ya no van a interesarle a nadie de verdad nunca más.

Racional y cartesiana como la madre que me parió, me fustigo a conciencia para rebajar el drama y no pasar el día llorando la horfandad: la muerte es normal, la tristeza es normal, el drama es normal...

Me obligo a trabajar, a sonreír como si no pasara nada, a responder que estoy bien cuando no quiero dar explicaciones... y me está saliendo regulín, la verdad, muy regulín.

No me valen las frases de consuelo, que son de todo menos de eso, de consuelo.

No me vale casi nada.

Supongo que por eso busco el cobijo de las personas con las que no me importa llorar, a la desesperada, casi, porque nunca sé cuando me va a explotar el pecho de manera incontrolable y no me gusta llorar delante de extraños. Rara que es una.

Gordipé tol día, dramatización.
Por eso, supongo, me refugio con las personas con las que no me importa quitarme la coraza y la armadura, aunque me sienta desnuda y más desamparada aún.

En cuanto deje de llorar me las pongo de nuevo.