martes, 9 de julio de 2019

Las adicciones

Tiendo a pensar que soy empática y que, quizás por el TOC este que tengo de analizar las cosas desde muchos puntos de vista, intento ponerme siempre en los zapatos de los demás, aunque sea para llevarme las menos sorpresas posibles.

Sin embargo, por mucho que lo intente, me resulta muy difícil ponerme en la piel de alguien que tiene una adicción y es incapaz de reconocerlo y que, por tanto, no se siente responsable del dolor y los problemas que causa en los demás.

Lo que me fascina del asunto no es tanto la incapacidad de aceptar la realidad, qué va, es el esfuerzo sobrehumano que hacen estas personas para demostrar a los demás, A TODOS LOS DEMÁS, que están equivocados.

A veces ese esfuerzo es recompensado y a mí, al menos, me hace dudar. ¿Seré yo la que estoy loca y veo una cara desencajada por el alcohol y las drogas donde sólo hay cansancio? ¿Soy yo la que confunde ese hablar arrastrado con la mala cobertura? ¿Me preocupo más de lo que corresponde?

Otras, por el contrario, el esfuerzo no me convence en absoluto, la ira, rabia y la desesperación se me apoderan y me llevan a decir cosas que no sé debería decir, porque soy incapaz de adivinar el impacto que pueden tener. Y entonces me siento culpable. ¿He sido demasiado dura y va a desaparecer por mi culpa? ¿Me he pasado? ¿Y si cumple su amenaza y se estrella contra un muro o se mete algo de más y se muere?

Al final, todo se reduce a que, aunque me siento impotente porque sé que no puedo hacer nada, también me siento responsable de las consecuencias de lo que digo y hago, de si lo digo y hago en el momento adecuado, y también de lo que no digo o no hago.

Tener una adicción debe ser muy jodido pero, ah, amigo, no te quiero ni contar la vida de las familias de la persona adicta, que no se lo pasan bien ni ese ratito.



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