Las redes sociales aún no habían aparecido. Chateamos mucho, muchas veces. Empezamos a hablar por teléfono. Durante horas.
A mí me gustaba, y él decía que yo le gustaba a él. Pero nos decíamos muchas veces que todo sin presión, que éramos colegas, que ya veríamos qué pasaba cuando nos encontráramos.
Después de unas semanas de charlar sobre lo divino y lo humano decidimos conocernos.
Yo apostaba por una cerveza después de currar. Estaría pensando todo el día en el trabajo y no me pondría nerviosa por conocerle más que un rato porque, eh, seguro que me ponía nerviosa, a mí me gustaba bastante.
Además, quedar después del trabajo es una excusa estupenda para todo: para no tener la presión de arreglarse muchísimo, porque iba con lo que llevaba todo el día, para poder cortar rapidito si no me apetecía, porque es entre semana y lo de que se hace tarde y eso...
Pero resulta que él trabajaba mucho y tenía muchas extraescolares, así que acabamos quedando justo cuando yo no quería: un sábado por la noche para cenar.
Mi sentido arácnido me advirtió. No te gusta comer con personas a las que no conoces. No quieres tener la presión de tener que arreglarte un poco. No quieres no tener ninguna excusa para irte, porque el sábado por la noche es infinito.
No quieres que parezca una cita, joder.
Pero no le hice caso.
Ya entonces sabía por experiencia que hay personas (por no decir hombres y generalizar, porque no sé qué hacen las mujeres), que entienden que una cita ha de acabar en sexo. Y a mí, que me gusta mucho el sexo, me parece que puede acabar en sexo, pero no tiene que acabar en sexo. Y este matiz en importante.
Porque entonces, cuando terminamos de cenar y yo dije que me iba a mi casa porque, sinceramente, me quedé un poco chof y no había NADA de química, el señor que se había comportado como un ídem hasta ese momento sacó al troglodita que llevaba dentro para decirme que Eh, ¿para esto he perdido contigo un sábado por la noche, para cenar y punto? Pues vaya mierda de cita. Creía que eras un poco más abierta y resulta que eres una calientapollas.
Aquella noche me dejó tocada durante un tiempo, y trajo una regla a mi vida:
Nunca más voy a quedar un sábado por la noche para cenar como si fuera una cita, aunque lo sea.
Pues bien, ayer rompí esa regla.
Y en qué mala hora, amiguis porque, al parecer, volví a ser una calientapollas.
Pasan los años,nos hacemos mayores todos y hay personas que no aprenden nada.