sábado, 6 de octubre de 2018

La rabia

Hace casi tres años que Aquiles no aparecer por aquí.

Ha sido conscientemente, después de haberle desaparecido me pareció la mejor manera de dejar de regodearme y pensar en él lo menos posible. 

Ha sido una buena opción, sobre todo porque él ha decidido aparecer de vez en cuando y sigue desestabilizándome.

Casi tres años después, sigue desestabilizándome.

Y creo que es porque, en el fondo, no he llegado a decirle todo lo que me hubiera gustado.

Al principio, porque ya tuve bastante con conseguir hilar un discurso mínimamente coherente para explicarle que yo necesitaba, NECESITABA, que desapareciera de mi vida para no enloquecer. No entendía a qué venía tanto te quiero, tanto eres mi refugio, mi tranquilidad... si luego decidía elegir a cualquier otra persona para compartir su tiempo, compartir su vida con otras mujeres y tener otras familias.

Ahora es por rabia. Ni siquiera estoy triste, hace mucho que no estoy triste. Estoy rabiosa.

He pasado muchos años sin pedir, conformándome con lo que quisiera darme. Así todo era muy fácil, claro: el pedía, yo daba, todos de acuerdo.

Hasta que pedí yo. Ahí ya dejamos de estar todos de acuerdo. Le pedí que me dejara en paz, que respetara mi decisión de desaparecer, que necesitaba, NECESITABA desaparecer. Y se lo pasó por el forro de los cojones.  Varias veces.

Lo único que le pido en chorrocientos años es que me deje en paz, que me deje vivir, que siga con sus cosas pero que se vaya de las mías y se lo pasa por el forro de los cojones.

Rabiosa es poco.

Así que, aquí estoy, mucho menos infeliz, mucho más rabiosa y con un montón de cosas que decir a alguien con quien no quiero volver a hablar y de quien no quiero saber nada.

En días como hoy, en los que aparece de nuevo sorpresivamente, dudo seriamente de si voy a poder desaparecerlo definitiva y totalmente de mi vida, tengo miedo y necesito desahogarme. Aunque sé que no va servir de nada.