Querido escritor:
Hace poco que nos conocemos. No, espera, no nos conocemos. Hemos hablado y chateado, nos hemos reído, compartimos tonterías, gustos e intereses, pero no nos conocemos.
No sé nada de tus rutinas, por qué te has roto, qué necesitas para recomponerte o cómo podrías sentirte mejor. No sé casi nada de ti. Y tú tampoco sabes casi nada de mí.
Y es una pena que vayamos a quedarnos sin saberlo.
La vida es así de puta. Tú estás peor de lo que pensabas por algo que no sé, pero puedo intuir, y yo estoy mejor de lo que nunca hubiera podido imaginar, y tú ni siquiera lo sabes.
Mientras leía tu mensaje pensaba en que era una pena todo, como esas películas en las que los protagonistas caminan bajo la lluvia en direcciones diferentes, cada uno a un lado de la autopista, y no hay forma de cruzar.
Que yo haría el esfuerzo, ojo. Me arriesgaría. Por primera vez en una eternidad, me arriesgaría, porque me gustas y me interesas. Pero no voy a mover un dedo porque parece que tú no estás por correr ningún riesgo, y yo ya no necesito ser salvadora de nadie, ni entenderte para decirte adiós.
Sin embargo, espero que te recuperes, que te quites la tristeza y salgas de ahí donde estás metido. Me da el pálpito que te lo mereces.
Es una pena que nos quedemos sin saber nada.