viernes, 29 de julio de 2016

Vacacionar

Abrir un ojo y sonreír. Y recordar que lo último que sentiste anoche fue una sonrisa en todo tu cuerpo.

Pensar en el fin del mundo, que igual es hoy como podría haber sido otro día, pero a ti te da lo mismo, porque toda tu atención está centrada en tus cosas, en todas esas cosas que no vas a hacer en los próximos días pero porque no vas a querer, no porque no vayas a poder. 

Tararear en la ducha las melodías de los anuncios de la radio, como nunca haces, sólo porque estás contenta y esperanzada. Oh, sí, es el día con más esperanza del año, el día más esperado. El día que ves pentagramas brillantes por todas partes invitándote a cantar. Cantar bajito, vale, que una no está pa trotes, pero cantar.

Vestirte con tu ropa favorita, recogerte el pelo para que te roce la nuca sólo de vez en cuando, ponerte una colonia diferente, unas gafas amarillas, echarte a la calle con paso enérgico y saludar muy fuerte para que todo el mundo note que eres feliz incluso antes de empezar poder serlo.

Despertarse pronto, muy pronto, como para alargar esa alegría tonta del día que empiezan las vacaciones y saber que tienes unos cuantos días por delante para disfrutar de lo que quieres hacer, es uno de los pequeños placeres de la vida.

miércoles, 27 de julio de 2016

Con lo guapa que eres...

He leído la carta a la chica del bañador verde, claro. 

Si pudiera volver al pasado probablemente me diría algunas de esas cosas a la orejita, sí. Seguramente susurraría por las noches al oído de mi yo niña, adolescente, joven, a mi yo de ayer, coñe, todo eso de que la belleza está en el interior, que quien me quisiera de verdad no iba a preocuparse ni un poquito del envoltorio, que merecía todo el amor del mundo por ser cómo era, en toda mi mismidad, la de fuera y la de dentro.

Le diría a mi yo pequeño muchas cosas.

Pero. ya que estaba allí, también diría algunas otras cosas. 

Dejaría de preguntar entre lágrimas a mis mayores por qué estaba siempre a dieta para preguntar porqué es tan horrible estar gorda, por qué tengo que vivir castigada, a base de judías verdes, cómo es posible que sea por mi bien tener que vivir siempre en la privación. Por mi bien. 

Preguntaría por qué tengo que estirarme el jersey por detrás, por qué es tan horrible que lleve pantalón corto en verano, por qué no puedo llevar bikini, si es lo que me apetece, o por qué está feo que lleve tirantes. 

Preguntaría por qué son modelos a seguir otras personas que han conseguido adelgazar con mucho esfuerzo, por qué dicen que fulanita está guapísima desde que ha adelgazado si no es cierto, por qué es tan importante que esté más gorda que sotanita.

Y pediría que dejaran de presionarme, que prefiero la crueldad inconsciente de los niños, porque con eso sé lidiar perfectamente, que la presión bienintencionada e inmisericorde de los adultos, porque con eso no sé qué hacer y va a perseguirme toda la vida.

Pero sobre todo, SOBRE TODO, pediría que acabaran de una vez la frase que más he escuchado en mi puta vida, porque me muero de la curiosidad:

Con lo guapa que soy, si no estuviera tan gorda,... ¡¡¡¿¿¿QUÉ, JODER, QUÉ COÑO HUBIERA PASADO???!!!

lunes, 25 de julio de 2016

Hay hombres que

Hay hombres normales y luego están los que creen que su mierda no huele y por eso son mejores que los demás, que todos los demás.

Van por la vida con un mohín de desprecio continuo, saltándose a la torera las normas que exigen a los demás, imponiendo su santa voluntad porque creen que pueden. Bueno, no, porque pueden, porque se les deja.

Son hombres que, encumbrados por fama, dinero, poder o lo que sea que les encumbre, pierden el oremus y exudan un halo de superioridad malsana, maltratando a quien se cruce en su camino because they worth it. Se acostumbran a las alturas y necesitan tener a otras personas bajo sus pies, y que ellas sepan que lo están, a sus pies.

Estos hombres están tan acostumbrados a ser mimados hasta el esperpento en sus respectivos entornos, que necesitan respeto y admiración para sobrevivir, porque saben que sin ellos sólo son simples mortales, como todos los demás. Y ellos no son ni simples ni mortales, son mucho más.

Son hombres de un hambre de adulación insaciable, inconmensurable, con un ego universal que se lo merece todo, todito, todo, y que son capaces de cualquier cosa para seguir alimentando a la bestia. 

Son hombres que saben que tienen que llamar la atención de los demás a toda costa para mantener el estatus que necesitan, que nunca tienen bastante y siempre piden más y mejor, y que acaban siendo ridículos, auténticas mamarrachas que van por la vida exigiendo ser tratados como los dioses que creen que son.

Son hombres tan pagados de sí mismos que ni siquiera se dan cuenta de que acaban siendo una caricatura barata de lo que les gustaría ser.

jueves, 21 de julio de 2016

Hombres peces

Soy la foca entre los peces.




martes, 19 de julio de 2016

Sobre el romanticismo

romanticismo
De romántico e -ismo. Escr. con may. inicial en aceps. 1 y 3. 
1. m. Movimiento cultural que se desarrolla en Europa desde fines del siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX y que, en oposición al Neoclasicismo, exalta la libertad creativa, la fantasía y los sentimientos. 
2. m. Modo de expresión artística y literaria que responde a los planteamientos del Romanticismo. 
3. m. Época en que prevaleció el Romanticismo. 
4. m. Sentimentalidad excesiva. 
5. m. Cualidad de romántico. Atraía a las mujeres por su valentía y por su romanticismo.

Quedémonos con la acepción 4 de la RAE. Sentimentalidad excesiva.

Dice la RAE, también, que la sentimentalidad es la cualidad de sentimental, que alberga, suscita o es propenso a sentimientos tiernos (afectuosos, cariñosos, amables).

Mira, si a esto vamos, o todo o nada. 

Llámame pragmática, si quieres. Descastá, fría, lo que tú quieras, pero a mí el romanticismo al uso... como que no.

Yo quiero romanticismo en todas mis relaciones, en todas, no sólo en las de pareja o con derecho a roce. Quiero sentimientos afectuosos, cariñosos, en todas mis relaciones porque, si no, no quiero esa relación.

Podría ser menos ortodoxa, claro, hablando del romanticismo como ese almibaramiento de las relaciones de pareja, que parece significar que uno hace cosas un poco cursis para demostrar el amor a la otra persona. Igual es que me he vuelto demasiado escéptica, demasiado dura, demasiado exigente o demasiado imbécil, pero no. Si me refiriera a ese romanticismo diría que está sobrevalorado porque, llámame loca, pero para mí no es imprescindible. A mí me demuestras que me quieres o no de normal, no con almibaramientos que van a hacer que me pregunte qué habrás hecho, o qué he hecho, para merecer eso.

Podría decir que el romanticismo es necesario en una relación, que hacer cosas bonitas sin razón aparente para recordar al otro que se le quiere es la chispa de la vida. Pero, mira, no, a mí me tratas bien de normal y hacemos cosas bonitas juntos porque sí, porque si te quiero y sé que me quieres no necesito recordar, porque no se me olvida.

A mí, lo que llamamos romanticismo me parece una forma cursi de excusar las excusas. 

martes, 12 de julio de 2016

Desaprobación

Hace pocos años me rendí a la evidencia: el bañador no evitaba que se notara que estoy gorda así que oye, que me pongo bikini.

Desaprobación, eso es lo que vi en la cara de mis padres cuando salí del baño con mi bikini. Igual podía haber visto más cosas si hubiera esperado un poco, pero tuve suficiente.

A partir de entonces, pareos, vestiditos playeros, falditas... mi madre no sabía qué hacer para que me tapara las carnes. Supongo que de manera inconsciente, para no provocar malestares, ahí andaba yo con pareos, vestiditos playeros y falditas sobre el bikini mojado. Como si no se notara que estoy gorda.

Al principio sólo me ponía bikini si iba a la playa sola, sin que nadie me conociera. Luego empecé a plantármelo también en la piscina de la urbanización. Y, poco a poco, sin darme cuenta, dejé de pensar en el bañador, dejé de llevarlo por si acaso, de comprar, siquiera. Abrir la puerta al bikini fue como abrir la puerta al #melasudismo contenido: era como si, a medida que me iba a costumbrando a la poca tela del bikini el encorsetamiento del bañador se me hiciera bola.

Y el #melasudismo apareció en todo su esplendor en forma de excusa práctica. 

Un día, mientras estábamos en la piscina, mi sobrino me pidió ir un ratito a la playa, a escasos cinco minutos. En contra  de mis principios, mi vergüenza, mi pudor, en contra de mi todo, salimos de la piscina y, tal cual íbamos, con bikini, gafas de bucear y chanclas, nos fuimos a la playa.

Y no pasó nada, claro, Sólo era una mujer de mediana edad más en bikini con un niño de la mano, por el paseo de la playa. Como tantas otras. Y así ha sido desde entonces.

Este fin de semana hicimos ese mismo camino y pasamos por casa de unos amigos, para que los niños jugaran un rato. En el complejo de enfrente.

Durante los diez escasos minutos de conversación con la madre de una de ellos tuve que escuchar:
- ¿Has venido así?
- Tápate con la toalla, no vayas a enfriarte.
- ¿Vas a irte así?
- Tápate, que vas a enfriarte.
- ¿No has traído nada más?
- ¿No te pones la toalla?
- Calla, que te saco un pareo y luego me lo traes.

A su lado, las caras de desaprobación de mis padres me parecieron una tontería indigna de mencionarse.

lunes, 11 de julio de 2016

Llorando a mares

Un día ya no podía más y fui a una #lóquer.

Entré en una habitación con una mesa, dos sillas, una estantería con muchos cuadernos y un cuadro espantoso y empecé a hablar.

Hola, me llamo Gordipé y tengo nosecuantos años. Necesito que una persona desaparezca de mi vida pero se conoce que yo sola no puedo desaparecerlo y por eso necesito ayuda, o me moriré de pena.

Y le conté la historia que había vivido con Aquiles, llorando a mares. Por encima, claro, es difícil resumir la vida entera de una en un rato, sobre todo cuando una no deja de llorar y de hipar y de querer morirse. Es difícil, eh.

Pero la resumí. Y ella, como buena #lóquer, fue muy comprensiva. Me dejó hablar, me preguntó lo justo y apuntó muchas palabras con una letra grande y desgarbada, ilegible al revés, en el cuaderno amarillo que iba a ser para mí. Y yo no paraba de llorar. A mares.

No recuerdo bien lo que le conté aquel día pero sí recuerdo lo triste que estaba, lo triste que estuve hasta muchos días después.

Unos pocos días después me senté con Aquiles y le expliqué que tenía que desaparecer, que teníamos que desaparecer el uno de la vida del otro porque, si no, yo me moriría de pena.

Tienes que desaparecer, no vamos a vernos más. No quiero volver a hablar contigo. No quiero volver a verte. No quiero que estés en mi vida, de ninguna manera, le dije, llorando a mares.

Y, ¿qué pasa conmigo? ¿No importa lo que yo quiera?, me dijo, enfadado porque, por primera vez, su deseo no era lo más importante entre nosotros.

No, no importa, le dije, llorando a mares pero con voz firme. A mí ya no me importa.

Pero, ¿estás diciendo que esto va a ser para siempre?, repetía, desconcertado.

Sí, va a ser para siempre, decía yo, cada vez más segura.

Se resistió. Se resistió mucho. Planteó alternativas. Enumeró todas las razones que explicaban por qué estaba equivocada. Me atacó en la línea de flotación, con cariños, abrazos, besos, con recuerdos bonitos. Yo me defendí esgrimiendo el único argumento que necesitaba: no quiero seguir contigo porque me haces muy infeliz, le dije, llorando a mares.

No quiero desaparecer de tu vida, me dijo.

No importa lo que tú quieras.

Y le dije adiós.

Han pasado casi seis meses y ya he dejado de llorar.