Abrir un ojo y sonreír. Y recordar que lo último que sentiste anoche fue una sonrisa en todo tu cuerpo.
Pensar en el fin del mundo, que igual es hoy como podría haber sido otro día, pero a ti te da lo mismo, porque toda tu atención está centrada en tus cosas, en todas esas cosas que no vas a hacer en los próximos días pero porque no vas a querer, no porque no vayas a poder.
Tararear en la ducha las melodías de los anuncios de la radio, como nunca haces, sólo porque estás contenta y esperanzada. Oh, sí, es el día con más esperanza del año, el día más esperado. El día que ves pentagramas brillantes por todas partes invitándote a cantar. Cantar bajito, vale, que una no está pa trotes, pero cantar.
Vestirte con tu ropa favorita, recogerte el pelo para que te roce la nuca sólo de vez en cuando, ponerte una colonia diferente, unas gafas amarillas, echarte a la calle con paso enérgico y saludar muy fuerte para que todo el mundo note que eres feliz incluso antes de empezar poder serlo.
Despertarse pronto, muy pronto, como para alargar esa alegría tonta del día que empiezan las vacaciones y saber que tienes unos cuantos días por delante para disfrutar de lo que quieres hacer, es uno de los pequeños placeres de la vida.