Abro los ojos y veo el cielo.
Diría que no hay nubes, al menos no veo ninguna desde aquí.
Desde aquí es desde donde estoy ahora, quizás dentro de unos minutos esté más allá, y allá sí haya nubes. Aquí no hay. No, espera, a ver... falsa alarma... creo...
Cierro los ojos. No me interesa saberlo.
El caso es que aquí el agua está un poco fría, pero sólo un poco, lo suficiente como para notar el contraste cuando las olas se mezclan con el calor del sol.
Con los ojos cerrados me concentro en el sonido del mar. No hay otro sonido igual. O es porque permite que se escuche latir el corazón como en ningún otro sitio. A veces pienso que sólo en el mar puede una estar segura de que está viva de verdad. Luego pienso en lo del bistec y se me pasa.
No tengo claro por qué he empezado a pensar en comida mientras floto como un peso muerto. ¿Tengo hambre? No puede ser, nunca tengo hambre en el mar. Bueno, nunca no es exacto. No como en el mar porque se moja todo y es un asco. ¿Por qué estoy pensando en comer? ¿He comido gambas o algo marino últimamente? Tendré antojo de sepia, vete a saber. O igual es porque podría ser yo la comida de... ¿seré yo el pez pequeño de algún pez más grande?
Abro los ojos y veo el cielo.
Sigue siendo azul y aquí tampoco hay nubes.
Noto el agua fría en la nuca, jugando con el pelo. Sonrío.
Cojo aire y echo la cabeza hacia atrás, luchando por un momento contra el agua y la sal para sumergir la cabeza y escuchar el mar en todo su esplendor.
Al volver a la superficie abro los ojos de nuevo y confirmo que aún no hay nubes.
Y me escucho sonreír.
Flotar en el mar y escucharse es uno de los pequeños placeres de la vida.
Qué entrada tan bonita. Me identifico mucho, mucho con esto.
ResponderEliminarFlotar en el mar y escucharse es uno de los pequeños placeres de la vida.
ResponderEliminarY comer.
¿Anda que no abre apetito el mar!.