Como ya no cuento nada aquí igual no sabéis que me estoy haciendo deportista de élite me he apuntado a Pilates.
Aunque suene muy pijo viene a ser lo de una gimnasia de mantenimiento pero todos vestidos de negro y con ropa muy apretadita, para que la profesora sepa cómo respiras. Que se conoce que esto es muy importante, lo de cómo se respira.
Lo de Pilates ha sido todo un descubrimiento que, vete a saber por qué mierdas, me he tomado como una especie de cambio radical de porque yo lo valgo, que estoy más delgada, como mejor y tengo la piel fenomenal. Y sin querer, eh. Que yo me apunté convencida de que iba a ir a dos clases y me iba a pasar el resto de mi vida lamentándome porque había fracasado una vez más y ¡CHICA!, va y, contra todo pronóstico, heme aquí recuperando las clases a las que no puedo ir por cosas del trabajo.
Al principio pensaba que seguía yendo por eso, por el miedo al fracaso, o porque igual me daba vergüenza o yo que sé. Pero, tres meses después, empiezo a pensar que no, que con lo acostumbrada que estoy al miedo al fracaso y a avergonzarme de cosas ya debería haber dejado de ir y no. Sigo.
Hace relativamente poco que me ha dado por pensar que a ver si va a ser que me gusta, que me siento bien estirándome como un minino, como si quisiera romperme y recomponerme cada rato. Y me he sorprendido mucho de mí misma. Que ya es, a esta edad.
Estaba convencida de que la mierda esa de que uno se siente bien después de ejercitar el cuerpo no estaba hecha para mí pero parece que es que depende de cómo se ejercite el cuerpo, shit up little parrot! Que me da igual resudar la colchoneta con señoras delgadísimas y pijísimas, me da igual no poder hacer lo que ellas hacen, porque saben más o llegan mejor a los sitios.¡Coñe, que va y me gusta la cosa!
Es bonito aprender cosas chulas de una misma cuando ya se ha perdido la esperanza de que la chulez llegue a tu puerta.