Últimamente parece que estoy monotema. O monotemas, porque son varios. Pero sólo parece. Tengo millones de cosas en la cabeza y se me amontonan en la frente, peleando por salir.
No dejo que salgan. Las mantengo ahí, contenidas, matándome por dentro.
Estoy aprendiendo que eso de opinar está sobrevalorado, muy sobrevalorado, sobre todo cuando parece que opino justo lo contrario al resto de las personas.
Por ejemplo, en el trabajo.
Las personas con las que trabajo, esas con las que paso un tercio de mi tiempo, son lo más opuesto a mí en prácticamente todas las cuestiones que puedan surgir un día normal. Discrepamos salvajemente en política, religión, educación de los niños, economía, servicios y gestión pública,... Y acabamos a hostias dialécticas día sí y día no.
Bueno, acabábamos. Ya no. Ahora me callo.
Me callo porque casi el 100% del tiempo me levantaría de la mesa y me liaría a reventar cabezas con una barra de hierro. Tal cual.
Y, mientras ellas hablan y yo me imagino sus sesos esparcidos por la pared blanca, me pregunto cuándo y cómo he llegado a ser tan intolerante, tan obscenamente intolerante. Porque ellas tienen el derecho a pensar y decir lo que quieran, me parezca bien o no, pero es que tengo todo el rato la sensación de que personas como ellas, que defienden lo que ellas defienden, son las que hacen que suframos esta sociedad. Y también tengo la sensación de que personas como yo, con su silencio y su inacción, lo permitimos, permitimos que se disculpe la corrupción, la exclusión social, la pobreza, las aberraciones en la gestión pública y los excesos en la privada.
Y me doy una mezcla de miedo-pena-asco que pa qué.
Y me quedo con que, en realidad, hablar no sirve de nada, sólo sirve para que quede claro en qué posición está cada uno y para detectar hasta dónde está dispuesto a ceder el otro a las imposiciones de las demás, para que nadie tenga que renunciar a nada de lo suyo y, si puede, quedarse con algo de los demás.
No creo que te debas dar miedo-asco ni nada por el estilo. Es cierto que predicar en el desierto no es gratificante, pero que queden claras tus posturas es muy sano. Y si las posiciones están tan encastilladas pues mira. Lo que te puede ayudar a mantener tu equilibrio es ser consciente de que no te cierras en banda a opiniones ajenas. Si resulta que los otros sí, pues el problema ya no es tuyo. Sino sí que te volverás loca.
ResponderEliminar