Como casi todos los veranos, he estado archivando cosas, en un Ignatius J. Reilly way I M P E C A B L E. Este año la actividad archivística ha sido especialmente intensa y he abierto cajas cerradas desde 1998, creo.
Han aparecido mis diarios. Libretas, agendas, blocs de notas... pero este ha sido el que más me ha impactado:
Cerrado.
Y no tenía la llave, claro.
Le he dado vueltas durante varios días. Creo que me daba un poco de miedo confirmar lo que creía recordar: que era una niñata, soberbia. egoísta y quejica, demasiado preocupada por los demás, por el entorno, por pasarlo bien, por acercarse a la gente que le gustaba.
Dejé el diario encima del aparador. De vez en cuando lo miraba, intentando recordar, recordarme, sin conseguirlo. La memoria es traicionera, amigos.
Poco a poco he ido perdonando a aquella adolescente que recordaba tan horrible y unos días después no he podido más:
La panda del instituto: "algunos me caen mal y prefiero que no vengan pero me lo paso bastante bien en general".
Las primeras tribulaciones con la fe, con el bien y el mal: "¿y si dejo de ir a misa y Dios existe?".
Las primera reflexiones sobre la importancia del estudio, y sobre el impacto de las acciones presentes en el futuro: "tengo que estudiar más para mejorar las notas porque luego se hace media con COU".
Los primeros conciertos: "me gusta tanto Alaska que no me importa tener que volver andando".
Las primeras cogorzas de vomitar en los váteres de los garitos: "Pilar se ha puesto tan mala que no se ha dado cuenta de que se había vomitado en los zapatos y su madre le ha castigado".
El primer parejo con derecho a roce: "me ha dado mucha vergüenza que me toque así".
La primera vez: "no sé si lo he hecho bien".
El primer amor: "siempre tengo ganas de verle".
Aquiles.
Al parecer, el año 1987 fue muy intenso.