Comparto rellano con Simón.
Simón es un señor de edad indeterminada, con un número de dientes indeterminado, un concepto de la higiene ciertamente creativo y actividades indeterminadamente ilícitas y/o de supervivencia.
Simón estuvo en la cárcel en los ochenta por uso, abuso y distribución de sustancias de las que podíamos denominar, pero no fue por su culpa, no tuvo otra opción, era su destino, teniendo en cuenta la familia, el barrio, los amigos...
No terminó la educación básica y nunca ha leído un libro, sospecho que porque apenas sabe leer, más allá de los titulares de la sección de deportes; le cuesta pillar a tiempo los rótulos que subtitulan las noticias de la tele. Sólo sabe escribir en mayúscula, y cuando deja recados en la escalera a los vecinos parece que esté echando unas broncas de aúpa.
Simón nunca ha tenido un "trabajo de verdad". Nunca ha cotizado. Siempre ha tenido que trapichear con unas cosas u otras pero ahora dice que ya no tiene por qué tener miedo de las visitas de la policía a los parques del barrio, porque no van a pillarle con nada chungo, que ya lo tiene bien. Yo sé que por sus manos pasan cosas ajenas (teléfonos móviles ajenos, relojes ajenos, carteras ajenas...) pero me hace gracia que conmigo vaya de legal.
Riega mis plantas a través de las rejas con una manguerita cuando ve que les falta agua, deja el dinero de la comunidad en mi buzón en sobrecitos que hace con papel de folletos, grapados cuidadosamente, me avisa de que hay una panda de chavales vigilando pisos, para ver dónde pueden pegar la patada y meterse a vivir, y llama a mi puerta despacito cuando no me ve en un par de días, para asegurarse de que estoy bien.
Una vez al mes recoge comida en el banco de alimentos, y la comparte con sus hermanas y sobrinos, que lo pasan tan mal como él. A final de mes, cuando la cosa empeora, barre y friga cuidadosamente las aceras y se ocupa de las terrazas de los bares del barrio, que le dan algo de comer y una cerveza de vez en cuando. Mi madre siempre me hace un tupper para él, para que coma de caliente y él le dice a todo el que quiera escucharle que mi madre hace las mejores lentejas del mundo.
Hace dos meses que no tiene luz y ha pasado frío al no poder encender la estufa pero como ha llegado la primavera ya no la necesita. Entre eso y que uno del barrio le ha regalado una bolsa de pilas para que pueda escuchar el transistor esta mañana estaba muy contento.
Me lo ha dicho cuando ha venido a darme los huevos kinder de las monas de pascua que le han regalado en el horno para mi sobrino, que sabe que le gustan mucho. Y porque hace dos horas que Radio Olé atrona mi casa.
El mundo es un infinito de grises que te ponen contenta por lo mismo que te entran las ganas de matar a trepidante ritmo de rumba.
En estos casos tan desgraciadamente reales, me dan ganas de matar a los que se quejan por vicio, cuando ni de lejos, están como Simón. Claro que en mi caso, no sería a ritmo de rumba.
ResponderEliminarNo sé qué decir, pero tampoco quería no decir nada...
ResponderEliminarA mí lo que me alucina es la capacidad de la gente para ser feliz, asín, a escalas o sin ellas, no sabría decirte. Lo pasan mal, tienen poco, sufren, pero también valoran, disfrutan, se alegran y sonríen aunque les falte dientes para ello.
ResponderEliminarLa condición humana es muy tonta muchas veces. Por suerte, a ratos, cuando la rumba suena, oye, parece que despertamos.
Ps. Yo quiero probar las lentejas de tu madre.
Ps2. Que mono el amigo, dándote los huevos.
Ps3. Que maja tú.
Ps4. Que bonito es todo si se cuenta desdelcariño, copons.
Besicos!
Ps5. Lo de tonto no iba por el sr. Simón. Era, en general, por todos. Con posibilidades o sin ellas, digo. Que me ha quedao raro...
ResponderEliminarPaso de vez en cuando por aquí, y cuando llevo mucho tiempo sin entrar me alegro de acordarme y que haya unos cuantos post nuevos. Y todavía me alegro mucho más cuando leo algo como esto. Abrazos
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