lunes, 23 de septiembre de 2013

Ousmane

Ousmane se hace llamar Juan. Lo hizo así para que sus clientas (la mayoría son mujeres) no tuvieran tantos problemas al recordar su nombre. Tiene una dentadura perfecta, y una sonrisa terriblemente amable. En cuanto consigue que alguien rompa la barrera de mirarle a los ojos le tiene ganado con ella. Aunque si se fijaran en su mirada más allá de los dos segundos de rigor, verían que hay un deje triste en ellos, un recuerdo de otros ojos y otros labios. 

Ousmane llegó hace ya cinco años, y se esfuerza cada día en pronunciar mejor el castellano. Vive en un pequeño piso de Las Pedroñeras con otros cuatro compatriotas, pero baja todos los días a hablar con la gente del lugar. Adiouma, su pareja, se ríe cada vez que habla con él por teléfono, y le dice que tiene un acento muy raro, que canta al hablar. Ousmane sonríe al oírlo, pues cree ir por el buen camino. Si consigue hablar como ellos, quizá el color de su piel no sea tan importante. La gente habla con él, le preguntan por su familia, le saludan por la calle, pero acaban mirando de reojo si él se acerca demasiado a ofrecer alguna toalla o sábana. Son esas miradas las que le enturbian el corazón. Jamás ha hecho mal a nadie, aunque sabe que seguramente intimide a esas pequeñas pero duras mujeres manchegas debido a su altura. 

En Senegal era pescador en una pequeña población al sur de Dakar, donde acudía cada semana para intercambiar pescado desecado por algunas verduras para complementar la dieta de su familia. La carne era todo un artículo de lujo y podía pasar algún año entero sin probarla. Vivía en una pequeña cabaña con su mujer y sus dos hijos. Joder, cómo les echa de menos. Las noches de verano en el pequeño pueblo manchego se hacen eternas entre los cantos de las chicharras y los jóvenes hablando sin mesura en el parque bebiendo litronas. Pasa las horas escuchando los ronquidos de sus compañeros de piso, y mirando las cicatrices de sus manos a la exigua luz de la farola que entraba por su ventana. Cicatrices muy parecidas a las que tenía en la parte interior del muslo derecho y del antebrazo. Cicatrices de alambre de espino.

Piensa mucho también en el dinero que lleva ahorrado, y que podría traer a sus seres queridos. Aunque lo que más le atormenta es que saber que tendrá que elegir quién vendrá, su mujer o sus hijos. Y sabe que será su Adiouma la que llegará. Quizá si ella encuentra trabajo, puedan traer a los gemelos antes.

Y en esas se encuentra pensando cuando ve pasar al viejecillo que tanta gracia le hace, con sus pantalones raídos de pana, remendados tanto o más que los que lleva Ousmane. Y con sus zapatillas de andar por casa, que lleva arrastrando a un ritmo casi armónico. Ras, ras, ras. Ya viene de comprar el pan. Ras, ras, ras.


Este post es del señor @cuervajo, y pueden deben leerle también aquí.

9 comentarios:

  1. En mi barrio hay dos o tres juanes, aunque aquí se llaman Pepe. Sonríen todo el rato y se enrollan a hablar contigo a la mínima.

    Muchas gracias por tu visita, querido Cuervajo, espero que te apetezca volver en algún momento.

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  2. Sí, mi barrio también es bastante cosmopolita. Hay dos extremeños, varios andaluces, tres gaditanos, un senegalés, una colombiana, muchos ecuatorianos, polacos, marroquíes y rumanos. Todos con sus respectivas familias. Me llevo muy bien, especialmente, con los ecuatorianos. Concretamente, hay uno que imita muy bien a Chávez diciendo eso de: "¡aquí huele a asufre!"

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  3. Vivo en un pueblo bastante pequeño y no tenemos demasiados Juanes, ni Pepes, pero cada día hay más...y es increíble lo que le cuesta a la gente todavía acostumbrarse a su presencia.

    Parece ser que a los gallegos se les olvida lo mucho que han emigrado a lo largo de su historia buscándose un futuro mejor para ellos y los suyos...irónico.

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    1. No es un problema de gallegos o polacos. En un pueblo pequeño la gente está menos acostumbrada a ver gente diferente a ellos y les cuesta. Es normal. Yo vivo en un pueblo pequeño, también soy gallego, y no he visto un problema más grave que en Madrid o Barcelona, donde también he vivido. Es una cuestión de falta de costumbre, no de educación o de memoria. No pongas etiquetas a tus vecinos que no se merecen.

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    2. ¡Creo que se me ha malinterpretado totalmente! No digo que por ser gallegos lo acepten más o menos, sólo hablo de mi realidad y lo que conozco... siento si he dado otra impresión, pero para nada etiqueto a nadie porque, al fin y al cabo, me estaría etiquetando a mí misma.

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    3. Igual es que estoy un poco susceptible, pero con que aclares eso me vale. Ahora ya puedo descansar y ver la novela.

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  4. Gracias por la recomendación, ya lo he anotado en mi lista de lectura.



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  5. Gracias a ti por la invitación, es todo un honor aparecer en tu blog.

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