miércoles, 28 de agosto de 2013

Lluvia de verano

La poquísima luz gris que pasa a través de las nubes da una falsa sensación de frescor que desaparece rápidamente. En cuanto salgo a la calle me siento engañada, esperaba que hubiera desaparecido el bochorno este que me mata poco a poco y al que parece que aún le quedan unos días.

Pero no. No ha desaparecido.

La lluvia se mezcla con el sudor en los hombros. Las piernas están absolutamente mojadas y las sandalias echás a perder, cagonlamar. Me pregunto si toda esa agua que ahora me cala hasta los huesos cae sobre los abrigos en invierno mientras intento no resbalar en la acera. Si es así igual debería buscar otro paraguas, uno más grande. Uno quizás menos bonito pero más confortable y seguro, uno que no me tapara solamente las gafas, como parece que hace este. Qué curioso, hace años que uso este paraguas y no me había dado cuenta de lo poco que cubre...

Uf... cómo llueve...

Si hubiera algo de sol se dibujaría en la acera una silueta de equilibrista sobre el alambre. Un equilibrista novato en peligro, con los brazos en cruz, trastabillando, intentando evitar la caída, que parece inminente. ¿Por qué las suelas de las sandalias no son antideslizantes? Voy muy despacito para no caerme. Me aterroriza caerme. Este invierno resbalé con la lluvia (porque parece que las suelas de las botas tampoco son antideslizantes) y tuve el pecho morado más de un mes. ¿El pecho? sí, el pecho. No sé muy bien cómo, caí sobre el pecho. No podía respirar. Sentí que no podría moverme nunca más, que me quedaría ahí, varada en la acera, mientras me levantaba rápidamente, como en un sueño. Como en Matrix.

Ando despacito, concentrada en la lluvia, en mis pies, en la acera... Me hace falta una pedicura...

A lo lejos debo parecer una geisha, pero con pies grandes...

Intento concentrarme en el tactactactactactactactactactactactac casi hipnótico sobre el paraguas. Me concentro tanto que casi dejo de pensar incluso en cosas mundanas intrascendentes, esto de no morir de un golpe contra el bordillo al resbalar por la lluvia o de evitar una neumonía al entrar en autobús a 3 grados completamente mojada... como si la lluvia se llevara por la alcantarilla el miedo...

Tactactactactactactactactactactactac...

Levanto la cabeza y respiro profundamente. Sigo caminando despacito, pero ya se me ha olvidado el miedo.

Huele a metal mojado, a verano que se acaba.

Bendita lluvia.

jueves, 22 de agosto de 2013

Tanto

Tengo tantas cosas que contar, y tanto calor, y estoy tan cansada, y huelo tanto a disolvente, y tengo tantas cosas en las que pensar, y estoy tanto de vacaciones, y me apetece tanto escribir, y estoy tan asustada, y tengo tantas cosas que hacer, y se me está haciendo todo tan corto, y me apetece tanto una cerveza, y me da tanta rabia hoy que haya tanta gente que me conoce y se preocuparía por todo,y tengo tanto sueño... que no hay manera de aclararme con nada y no me sale contar las cosas que quiero contar de manera ordenada y coherente. 

En serio.

No me sale.

martes, 20 de agosto de 2013

La coleta

Una tarde de abril de 1993, al bajar de casa de unas amigas, me paré en el escaparate de la nueva peluquería que estaban abriendo en el bajo de su edificio. Me llamó la atención la decoración: enormes espejos con marcos dorados, iluminados por lámparas de araña doradas, sillones dorados...

Todo era dorado.

Todo menos el flequillo de una de las peluqueras, que era azul eléctrico.

Al ver que cotilleaba desde el exterior, se acercó a la puerta y me invitó a entrar para ver bien. Le dije que me encantaba la decoración, tan barroca, con tanto dorado. Mientras, ella miraba mi larga melena lisa, rubia, me preguntó si siempre había llevado el pelo largo, le dije que sí y me dijo que me vendría bien un cambio de imagen. Yo miré su flequillo azul eléctrico y su corte bob perfecto, le pregunté sí podía ser en ese momento y me dijo que sí.

En sólo dos horas pasé de esto:

a esto:

Fue un shock. No me reconocía en mi propio reflejo. Al principio no pude decidir si me gustaba o no, porque no era yo.

Pero me acostumbré al cambio. Me acostumbré tanto que cada seis o siete meses cambiaba de color, de corte, de lado... Lo llevé platino, rubio ceniza, naranja, negro, con mechas de muchos colores, caoba, castaño oscuro, violín... Acabó gustándome mucho el juego. Me atreví con cortes y colores que nunca hubiera imaginado. Y me gustaba.

Hace un año y medio dejé de cortarme el pelo porque, incomprensiblemente, decidí que quería llevarlo largo. A MI EDAD. Es como si me hubiera dado cuenta de que no podía esperar más, que a las mujeres de mediana edad no les va el pelo largo (apúntate esa, Massiel) y que me quedaban pocos años para volver a llevar esa melena larga, rubia, lacia, que tantos años me había acompañado.

Ni siquiera es una cuestión de si me veo más o menos favorecida. Sé que no. Pero no me decido.

Y eso que ahora tampoco me reconozco. Me miro en el espejo por las mañanas, con el pelo enmarañado, más allá de los hombros, y me doy cuenta de que no soy yo, que no puedo ser esa mujer mayor con esa melena, que no me va, que no soy así. ¡Coño, si hay días que me recuerdo a Conchita Márquez Piquer!

Pero ya no sé si me atrevo a experimentar, a dejarme llevar por impulso y el cambio.

Y aquí estoy, con el pelo permanentemente recogido en una coleta, bloqueada, sin decidirme si debo cortar por lo sano y volver a jugar conmigo misma, o si debería tener paciencia hasta conseguir lo que creo que quiero.

viernes, 16 de agosto de 2013

Y eso

A veces echas de menos a alguien antes de que se vaya. Es una sensación curiosa porque puede darse la circunstancia de que estés lamentándote mentalmente de cuantísimo vas a a extrañar a esa persona cuando la tienes justo al lado y puedes tocarla, abrazarla, hablar con ella... lo que viene siendo no echar de menos en absoluto, vaya.

Si esto fuera lo que debería ser, en ese momento de conflicto el universo implosionaría y se crearía un bucle espacio-temporal del copón en el que esa persona no se fuera a ningún sitio y así poder disfrutarla ad infinitum. Pero ya sabemos que esto no es lo que debería ser, que los bucles espacio-temporales sólo se producen en las modas de los camales de pantalón y que seguiremos echando de menos a las personas a las que queremos cuando no están. 

Así que sólo nos queda eso, disfrutar de ellas mientras podamos. Olerlas, besarlas, sentir su piel, jugar con ellas, reír con ellas, quererlas y apretarlas fuerte para que se queden un poco con nosotros. Que ese poco se evapora tan rápido que casi no ayuda a paliar luego el dolor de la separación pero, mientras tanto, oye, pues se aprieta, a ver, con esa poquita de esperanza, que es lo que nos queda.

Y eso, que aquí estamos.

Me voy a disfrutar un rato.


viernes, 9 de agosto de 2013

Hoy es viernes

Hoy es el viernes más viernes del año.

El viernes de todos los santos.

El superviernes. El maxiviernes. El überviernes. 

El viernes que lo deja todo más blanco.

El yin y el yan de los viernes.

El viernes que jroña que jroña.

El viernes que quita los pecados del mundo.

El viernes de guardar.

El viernes de amor, de piscina, de almohada, de agua, de polo de naranja de hielo, de ventilador con cintas, de melón sin pepitas, de música de madrugada, de pinza en el pelo, de pantalón corto, de bikini, de aftersun...

Venga, viernes, alégrame el día.

miércoles, 7 de agosto de 2013

El calor

He llegado a la conclusión de que el calor inhibe cualquier signo de inteligencia, cordura, razón o entendimiento que pueda tener una persona. Sólo estoy a la espera de que algún premio Nobel con gafas lo demuestre y yo pueda sentirme mejor y más medicada.

Y es que a mí el calor me inhibe todo. 

Me despista. Me desconcentra. No me deja dormir. Pero hace que no me apetezca hacer nada salvo dormir. 

Ayer me levanté un poco tarde, pero con tiempo para llegar a tiempo a trabajar. Hice lo mismo de todos los días y, aún no tengo claro por qué, de repente decidí que iba bien de tiempo y fui a tirar el papel al contenedor azul. Y como aún era pronto fui a tomar un café. Tranquilamente.

Y luego fui a coger el autobús, tranquilamente también, felicitándome a mí misma por ser tan eficiente y ser capaz de hacer tantas cosas antes de ir a trabajar, pero con una sensación extraña, como de que algo no estaba bien, como de error gigante que estaba pasando por alto.

A ver... Llevaba la cartera, las llaves del despacho, el peine, recordaba la reunión a media mañana, la cita para comer, recordé tirar la basura antes de subir al bus... Hacía ya mucho calor pero todo estaba bien. Entonces, ¿por qué sentía que algo no estaba en su sitio? Bah, no pasa nada, será una sensación aleatoria, sin tonsón...

Tooootal, que ahí estaba yo, tan tranquilamente un poco mosca ya pero bien, yendo a trabajar en el autobús, como todos los días, cuando de repente me di cuenta de qué era eso que sabía que estaba pasando por alto.

Hacía veinte minutos que tenía que haber llegado a trabajar, justo el tiempo que tardé en ir al contenedor, en tomar el café y en coger el autobús siguiente al que cojo todos los días. Como suena.

¿Por qué decidí que tenía tiempo? Pues ni idea. Pregunten al calor, QUE ES POR SU PUTA CULPA.

martes, 6 de agosto de 2013

Superhéroa

- Tía, ¿me llevas a ver a la bisa?
- No puedo, cariño, la bisa ya no está, ya no podemos ir a verla más.
- ¿Nunca más?
- Nunca más.
- Joooo... Es que yo quiero veeeerla.
- Ya, yo también, pero la bisa ya no está. ¿Te acuerdas que te dije que se ha ido al cielo para descansar porque estaba muy mayor y muy cansadita?
- Sí. ¿Se ha ido con lo silla de superhéroa o ella puede volar sola?
- Con la silla, ¿por qué lo dices?
- Si se ha ido con la silla a los ángeles les cuesta menos de llevar.
- Sí.
- Tía, ¿en el cielo hay baches?
- No, cariño, no hay baches.
- Uf, menos mal, porque a la bisa no le gustan los baches. Tía, ¿me pones el vídeo de la bisa que canta con la máscara de respirar de superhéroa?
- Claro, cariño.

Y así es como un niño de cuatro años menos un mes consigue hacer llorar a una adulta durante horas. Durante muchas horas.

viernes, 2 de agosto de 2013

La tiranía del porno

El porno debería estar prohibido. Es denigrante para la mujer y contribuye a crear un imaginario colectivo lleno de "cosas malas" que hacer con/sobre/dentro de/contra las mujeres.

Y, aún así, hay muchísimo. Que alguien lo tendrá que ver, eso seguro, si no no habría tanto. Pero mujeres no, las mujeres no ven porno. O no lo reconocen. Pero participan. Sí, es curioso... Pocas mujeres reconocen que ven porno y, sin embargo, hay millones que se dedican a grabarlo cuando lo practican para colgarlo en la Internet. Millones.

No, en serio, hay un porrón de vídeos porno en Internet, al alcance de todo el mundo. Y lo vemos. Unos más, otros menos, otros tiene callo en según qué sitios, solos, acompañaos... pero lo vemos. Y nos afecta.

Y pasa lo que pasa: que somos tan gelipollas y tenemos tan poca personalidad que nos sentimos fatal porque no tenemos las tetas turgentes, el vientre plano, el culo cincelado en mármol, las piernas bien torneadas, melenón arrebatador, pestañas de dos centímetros, ni nos corremos tan pronto y tan alto, ni estamos tan bien depiladas. La tiranía del porno, qué mala es, que luego dicen de la publicidad. ¡JA!

Y nos deprimimos. Porque no es como en las películas y no entendemos por qué. 

Resulta que, incomprensiblemente, nuestra vida sexual no es tan perfecta ni tan satisfactoria ni con tan buena definición como en el porno. Nos dan tirones en los gemelos, nos entra la tos, tenemos cosquillas, bostezamos durante el acto,... Y provoca muchas las dudas... ¿y si no lo hacemos bien? ¿Y si no lo hacemos igual? ¿Y si no le gusta? ¿Y si...

No, a veces, nuestra vida sexual no es tan perfecta y por eso nos sentimos mal y dejamos de practicar porque nos da toda la vergüenza y nos sentimos fracasadas porque no tenemos ni hacemos lo normal que, como todo el mundo sabe, es lo que sale en las pelis.

Y esto viene a ser lo que piensa una de mis amigas sobre el porno después de ver este vídeo:


Yo no opino. Como todo el mundo sabe yo estoy soltera y entera y no sé lo que es el porno.