viernes, 30 de noviembre de 2012

Hace ya tiempo que Los chungos de nuestra vida no aparecen por Quédate a dormir pero me encantó el nombre y adopté el concepto, espero que con su permiso.
 
Hace unos días tuve una experiencia surrealista con uno y me vino de nuevo el nombre a la cabeza. Los chungos de nuestra vida... Son esos tíos que engañan, que parecen estupendos a media distancia pero que en cuanto profundizas un poco o pasas más de tres horas seguidas con ellos (lo que llegue antes) te das cuenta de cositas y te entran ganas de salir huyendo so far, far agay.
 
Hubo un tiempo en el que este tipo de cosas me sorprendía y asustaba a partes iguales. Pasé muchos minutos encerrada en cuartos de baño de casas ajenas, decidiendo si corría hacia la puerta de la casa o hacia la cama. Luego ya se me fue pasando. Lo del susto, tengo una capacidad de sorpresa infinita, eso no se me pasa.
 
El sujeto del que hablaba me engañó por completo: parecía absolutamente normal. Apariencia normal, trabajo fácil de explicar a los vecinos, modales naturales y sin aspavientos, intereses razonablemente modernos, querencias soportables... Un tipo normal, sea lo que sea eso.
 
No lo es, claramente. EN ABSOLUTO.

Es raro de cojones.

Y lo mejor es que es tan rarísimo que es descojonante. Para mí. Es una especie de Mister Bean hypster, el pobre. Digo el pobre porque supongo que no es consciente de lo peculiar que resulta casi todo lo que hace. Y porque he llegado a pensar, en serio, que tiene algún tipo de pega mental, ligerita, sí, pero pega, que hace que sea así de raro. Y entonces me parece mal reírme de las cosas que hace y las explicaciones que tiene para las cosas que hace. Porque tiene una explicación absolutamente coherente para millones de chorradas: pide pajita para beber la cerveza pero no la usa, espera a que acabe la canción que suena en la radio para apagarla y salir del coche, cierra todas las puertas dos veces, se seca el pelo con secador ¡y vuelve a mojárselo con las manos!

Ha hecho que me plantee mis chorrocientas filias y fobias, que me pregunte si son tan ridículas para los demás como son para mí las suyas. También ha hecho que me pregunte si me importa tan poco como a él lo que los demás piensen de ellas. Porque se la trae al pairo lo que opinen los demás. Ha hecho que revise mis manías y cuestione mi salud mental cuando pido que me cambien el plato en el chino.

Pero lo peor de todo, lo que ha hecho que le catalogue como uno de Los chungos de nuestra vida y le haya mandado a pastar fang es que el muy imbécil me llamó maniática delante de todo el mundo porque me pusieron limón en la copa y lo saqué con el dedo, con carita de asco, mientras él jugueteaba con el trozo de pajita incorrupta que asomaba por el cuello del botellín.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Lo importante es participar

Siempre veo el lado malo de las cosas. Igual no se han dado cuenta pero no soy una persona optimista. Soy más bien ceniza. Tocapelotas, si quieren. Pitufo Gruñón. Como quieran llamarlo: soy la Pantera Rosa con el puto diluvio universal sobre la testa, acariciando un gato negro un martes y trece. No soy realista informada, eso es para nenazas. Soy pesimista. Murphística de toda la vida.
 
Si a eso añadimos que el último año ha sido especialmente desdichado, que he llorado varias pérdidas muy difíciles de superar, cualquiera que me conozca, yo misma, por ejemplo, diría que a estas alturas debería estar enganchada al Lexatín, hecha un ovillo en el sofá, saliendo sólo para la visita semanal al terapeuta y llorando por las esquinas, como una hormiga plañidera en una fiesta de Raid.
 
Pero igual que te digo una co te digo la o: no soy optimista pero tampoco tengo el más mínimo criterio, y soy la mosca cojonera más grande que ha habido sobre la Tierra desde que Val Kilmer se comió a Jackie Chan.
 
Val Kilmer después de comerse a Jackie Chan, como su propio nombre indica.
Y ¿qué hace una mosca cojonera para sobrevivir cuando todo el mundo está de mal humor, quejándose por las esquinas y hablando siempre de las penalidades propias y ajenas? Apostar por el buen rollo. Como lo leen: APOSTAR POR EL BUEN ROLLO, con dos cojones de santo de guardar.
 
En las apuestas, como todo el mundo sabe, unas veces se gana y otras se pierde. Pues esto es igual: unos días una puede resistirse al tsunami de malas noticias, caras largas, quejíos, lamentaciones, lágrimas, enfados, dolores, penas y sinsabores. Algunos días, siempre que puede, una cierra la puerta, cotillea por la mirilla y sólo abre si lo que hay al otro lado es, como mínimo, inocuo. Si es negro, a veces incluso gris, una ni siquiera abre la puerta. P'afuera telarañas, que diría aqulla.
 
Esos días una no escucha la radio, no lee (casi) cosas de la Internet, no comenta sobre política, maltrato animal, violencia contra las mujeres, crisis, desempleo, enfermedades, muertes... Una esquiva a esas personas más o menos tóxicas que perturban su paz interior y a las que reconoce a la legua porque una misma es de natural tóxico, como un bidón de queroseno aliñando una ensalada. Ná, una no necesita más mierda, ya tiene bastante con lo que tiene: cerrá en banda.
 
Luego hay otros días que una se despista un poco, que días de esos todos tenemos. Son días largos y oscuros, dífíciles, porque es fácil dejarse llevar por el lado oscuro, ya se sabe... Acaba una siendo la dama de las Camelias del todo a cien, con churretón de rimmel y el lloriqueo a flor de piel. Que dice mi becario que tiene su puntito sexy, como de acabar de hacer sendas mamadas a diecisiete obreros de la construcción ciclaos en una orgía checa pero, qué quieren que les diga, tanto de llorar no me vale la pena lo del puntito sexy.
 
Así que me resisto. Me resisto a dejarme llevar por la tristeza y la desazón. Es difícil, pero me resisto.
 
A veces se gana. A veces se pierde. Pero, ya saben, hemos venido a jugar y no hay rival pequeño. Lo importante es participar, no lo olviden.
 
 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Otro día

Ayer alguien me preguntó cómo sabía si estaba enamorada o no.

Fruncí el ceño, apreté un poco el morro e hice como si pensara muy fuerte, pero en realidad sólo estaba haciendo tiempo porque no sabía qué contestar. Bueno, no, no quería contestar.

Quedó un poco intenso.

Y lo intenso, poco o mucho, me ansia,

Me levanté, muy digna. Una pregunta así no puede responderse en seco y serví unas copas. Pensé que me daría un poco más de tiempo para responder. Es una maniobra de distracción muy burda pero, qué quieren que les diga, una no es que sea Eisenhower, la estrategia no es lo mío, ya me gustaría a mí... ¿Gin tonic, mistela o cerveza? Piénsalo bien, luego no vamos a andar cambiando, que da un dolor de cabeza de morir. Ay, espera, no tengo limón. ¿Sigues queriendo un gin tonic? Lo malo de la mistela es que te pones, te pones, te trincas una botella y luego, cuando tiras a levantarte, has cogido una curda curiosa que no te esperabas. Y luego, mira, a mí me da un hambre... espera, que voy a traer el bizcocho que ha sobrado y, ya que estamos, merendamos. ¿Pues no nos hemos acabado la botella de mistela? Si quieres un gin tonic va a tener que ser sin limón, que ya te he dicho que no tengo.

Mira, ahora no estoy en condiciones de responder a preguntas intensas. Otro día.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La fe

Siempre he estado rodeada de personas con fe férrea. Católica, apostólica y romana, mayormente, y protestante, en abrumadora minoría. He vivido rodeada de religiosos, numerarios del Opus y kikos. Un poquito de todo, para no empalagar.

Sigo sin entenderla. Sigo sin entender que alguien tenga fe religiosa. No sé si se puede tener fe en algo que no sea religioso con la misma intensidad y vehemencia, así que vamos a centrarnos en la religiosa.

No lo entiendo. Y mira que lo he preguntado. A mis padres, a mi familia, a amigos, a sacerdotes... pregunté incluso a conocidos practicantes y evangelizadores itinerantes. Sigo sin entenderlo.

Y les aseguro que he puesto mucha atención, y he leído mucho, porque durante mucho tiempo me sentí muy sola en mi agnosticismo, sin saber que lo era. Me sentí sola y con cierta envidia, porque escuchaba el consuelo que encontraban los demás en eso que llamaban fe y pensaba que yo carecía de algo que debería haber tenido de fábrica para sentirme así. Y quería tenerlo, porque tener fe parecía muy guay: uno siempre tenía respuestas, siempre tenía esperanza, siempre tenía alguien a quien pedir cosas. A mí las respuestas no me resolvían gran cosa pero, oye, si otros podían creerse esas cosas, ¿qué me pasaba a mí, que no me las creía ni de coña?

Desazón. DESAZONAZA.

Luego empecé a oir lo de "yo creo en Dios, pero no en la Iglesia católica" o "yo sí creo que hay algo, un ser superior, pero no en la Iglesia Católica" y ya me pareció el acabóse. WTF! Dios, el que sea es un invento de la Iglesia Católica, o de otras iglesias, para otras religiones. Y, probablemente, lo de el "algo" o "el ser superior" sea tu propio subconsciente echándote una mano cuando tienes problemas para sentirte menos mal, parte de ese 90% de celebro que no sabemos cómo funciona.

Así que, con el paso del tiempo, y después de muchas respuestas más o menos chorras, llego a ser una señora de mediana edad sin entender que alguien puede tener fe. Cualquier fe. Y menos la que se manifiesta en forma de ¡¡¡BONIIIIIIICAAAAAAA!!! a gritos, al paso de una imagen de una virgen. La fe íntima y privada no la entiendo pero, oye, allá cada cual. La manifestación pública de la fe, más allá de la cosa cultural, costumbrista y ritual, me parece chabacana, grosera y paleta, pero allá también cada cual.

En cualquier caso, sigo preguntando, sigo queriendo saberlo todo, y sigo pensando que igual la paleta y la que tiene algo mal soy yo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Presuntos ladrones

Ayer fui a comprar a una de esas grandes superficies de las que podríamos denominar.

Sí, una de esas.
No pongas esa cara, que yo también me he asustao.
No suelo ir a estos sitios a hacer la compra de la casa: son demasiado grandes, hay demasiadas cosas, me dan flatitos, me hago pis todo el rato, me molesta la música. Meto cosas en el carro. Saco cosas del carro. Paso chorrocientas veces por el mismo pasillo. Meto en el carro cosas que ya he metido y sacado previamente. Paso HORAS leyendo las etiquetas de los geles y las cajas de cereales, como si fueran a examinarme... No suelo ir a estos sitios a comprar, me siento en Matrix: podrías vivir allí.

Por eso, cuando voy, F L I P O. Con todas las letras: efe, ele, pe... esto... eso. Que flipo.

Ayer, en sólo dos horas, fui testiga de varias prácticas fraudulentas que me dejaron hecha polvo. Al parecer, mucha gente lo hace, a algunos les funcionan y todo el mundo lo sabe. Todos, menos yo. Bueno, ahora sí lo sé, pero desde ayer.

La cuarta vez que repasábamos las carnes de pollos envasadas, mientras me aprendía todas las etiquetas de todas las bandejas de carnes que ni sabía que existían, vi a una presunta pareja de mediana edad medio metida en el congelador, manipulando cosas. Me quedé mirando un momento hasta que un empujón de mi bro me sacó del enmimismamiento.

Mientras me arrastraba por el pasillo me explicó que estaban despegando y pegando etiquetas: al parecer, despegan las etiquetas de una bandeja más barata y la pegan en una con mayor peso, para llevarse más producto por menos. Aquí empezamos una curiosa conversación sobre si nos parecía bien o mal que alguien hiciera eso. Como somos un poco Chip y Chop, fue una conversación un poco aburrida: nos argumentamos y contrargumentamos mutuamente con todos los tópicos al uso, a saber:
  • Cuando se pasa hambre se hace cualquier cosa.
  • Sí, pero no está bien robar, y eso es robar.
  • Bueno, pero a ellos eso no les afecta en su cuenta de resultados, son muy grandes, es muy poco, total, por unos euros...
  • Son un negocio, y aunque prevean las mermas y los robos, tienen que vender para ganar.
  • Los precios de los productos están sobreinflados.
  • ¿Y por qué si todos les vemos nadie dice nada, ni les denuncia a seguridad, ni nada?
  • Es una mezcla entre solidaridad, envidia y excesivo sentido del ridículo.
  • Y es su trabajo vigilar a los chorizos, no el de los demás.
  • Es que nos estamos volviendo muy individualistas.
  • Y si te cogen te cae la del pulpo, y mira a Urdangarín que con lo que ha robao y va a salirse de rositas. No es justo.
  • Si es culpable.
  • Eso, si es culpable.
  • ...
No llegamos a ninguna conclusión, claro, si tuviéramos la solución al problema aquí iba a estar yo contándosela... Coño, que lo solucionen ellos ¿no?

El caso es que así, esquivando islas de turrones y packs de seis calcetines a tres euros llegamos a la línea de cajas.

(Inciso: 3 cajas abiertas de 24. HELL)

Como en toda buena experiencia colística que se precie, la cola que escogimos era la más lenta. No, lenta, no. Estaba muerta. Veíamos mucho trasiego, muchas alfondra p'arriba, alfombra p'abajo, muchas idas y venidas de cajera y señora con chaleco de la cadena pero nada de avanzar.

Hasta que nos enteramos de lo que pasaba.

Los de la presunta pareja de mediana edad que habíamos visto antes eran fanes del etiquetado creativo. Que nosotros nos enteráramos, habían intentado colársela a la cajera en unas botas, en la carne, en una caja que debía tener dentro una lámpara y en una alfombra. ¡En una alfombra! Ahí se conoce que se pasaron, rebajándose el precio en unos cien pavos, la cajera se coscó del asunto y revisó el resto de productos. Los presuntos, al verse descubiertos, dejaron toda la compra en la caja y se fueron, acompañados amablemente por la señora del chaleco.

A partir de entonces, la conversación entre mi bro y servidora de dios y ustés fue por otros derroteros:
  • ¡Qué cabrones!
  • Pase lo de la carne, podían tener hambre. Pero ¿y lo demás? 
  • Joder, si no puedes comprarte unas botas de 40 pavos ve a un chino, que por 10 tienes unas.
  • ¿Y la alfombra? Oh, man, has perdido todo mi respect. Si puedes pagar 100 pavos por una alfombra (que valía casi 200), ¡paga el euro que intentabas sisar en la carne!
  • Por gente como esa las grandes superficies se ponen chungas y si luego alguien lo necesita de verdá, le crujen.
  • Bueno, habíamos dicho que robar está mal, en cualquier caso.
  • Ya, pero hay casos y casos...
Y así, indignados por la bajeza moral de las personas, por su estupidez y por lo tarde que se nos había hecho por culpa de los del latrocinio frustrado, nos fuimos a casa.

martes, 20 de noviembre de 2012

Irresponsabilidad


responsable.
(Del lat. responsum, supino de respondĕre, responder).
1. adj. Obligado a responder de algo o por alguien. U. t. c. s.
2. adj. Dicho de una persona: Que pone cuidado y atención en lo que hace o decide.

QUE PONE CUIDADO Y ATENCIÓN EN LO QUE HACE Y DECIDE

Hay dos tipos de personas: las responsables y las irresponsables. Sin más. Todo lo demás se reduce a eso. Todo lo demás es caca.

Podría acabar aquí, tan ricamente, pero voy a regodearme, oye.

Y es que hay mucho irresponsable suelto. Hay mucho cabrón entontecido que se cree lo más, por las razones que sean, y resulta ser un mierda integral porque no asume su condición de irresponsable. Porque, dando fe de una percepción de la realidad claramente deformada, es tan inepto que no acepta que se equivoca, o que no sabe, o que es lerdo, o que no le da la gana, simplemente, y pasea su irresponsabilidad all around the world como quien no quiere la cosa. Como si se plantara en la cabeza los cojones sangrantes de un ciervo recién asesinado, vaya. 

En general, los irresponsables son esos seres abyectos que hacen que parezca que hacen muchas cosas y ni siquiera se dan cuenta de que todo el mundo sabe que no hacen nada. Son esos que, cuando va saliendo la mierda que meten a poquitos debajo de la alfombra, echan la culpa a los demás, y jamás, jamás, asumen su falta de compromiso y responsabilidad.

En el trabajo, pasarán el día solucionando los problemas de sus negocietes, evitando hacer lo que tienen que hacer y por lo que les pagan. Y cuando llegue el momento de la entrega y no lo hayan terminado, echarán la culpa al jefe, que les paga poco, o a algún compañero, porque no les ha explicado algo que deberían saber desde hace meses, o incluso a su vecina, porque montó bulla anoche y no han podido descansar bien.

Ni siquiera aceptarán que su dejadez repercute en sus compañeros responsables, que tendrán que cargar con una sobrecarga de trabajo porque son incapaces de no asumirla. Su sentido de la responsabilidad se lo impide.

En su vida personal, los irresponsables abroncarán a sus novias por no haber aclarado la discrepancia con Telefónica que ellos mismos causaron cuando no leyeron el contrato pero querían ese móvil. Montarán el pollo a sus maridos por no recordar comprar papel higiénico que ellas han olvidado las últimas tres compras. Mentirán hasta el paroxismo sobre los problemas del servidor para que nadie se entere de que no han leído un mensaje de hace una semana porque sabían que era un marrón.

Los irresponsables ni siquiera se dan cuenta de que caminan sobre una cuerda floja todo el tiempo porque, curiosamente, casi nunca se caen al vacío. Hijos de puta malolientes...

Y es que parece que junto al defecto de la irresponsabilidad está la virtud de sobrevivir.

Los irresponsables están por todas partes. Mátelos y contribuya a mejorar el mundo. No sirven para nada.

martes, 13 de noviembre de 2012

Free as a bird, caris

La madurez femenina empieza cuando una va por el mundo sin ropa interior. Especialmente sin sujetador. Como lo leen, en pelota picada inside

Cuando una está gorda tiene que acostumbrarse, sí o sí, a las apreturas. A las ronchas de las gomas de las cosas. A la opresión, vaya. Si una está gorda y quiere llevar cosas bonitas tiene que aceptar años y años y años de cosas apretadas que dejan marcas en la piel, un día, y otro, y otro. Todos los días. Una se consuela, de vez en cuando, mirando esos sostenes tan bonitos, con esos bordados y esos encajes, se caga en la puta madre de la pobre china presa en un sótano de La Perla que cosió la goma y se lo pone, porque son bonitos. Son tan bonitos...

Y una cree que se siente bien, incomprensiblemente, apresada entre gomas y encajes bonitos que nadie va a ver en todo el día, porque se deja llevar por la perogrullada esa de que es suficiente con que una se sienta sexy, aunque nadie más lo sepa. Se deja llevar y, mientras, se cisca en el jodido momento en el que se le ocurrió gastar 90 euros en ese sujetador taaaaan bonito y taaaaaaaaaaaaan incómodo que desearía tirar por el váter justo después de usarlo y antes de tirar de la cadena.

Años y años y años de sufrimiento y dolor porque una es imbécil y cree que se ha creído eso de que es suficiente con que una se sienta sexy, aunque nadie más lo sepa. Y soporta su tortura porque, además, es consciente de que es la única solución a la mierda esa de la gravedad, que parece que se hace más grande y más fuerte con el paso de los años.

Años y años y años de aros, guata, ballenas, gomas de hormigón, encajes que pican... cosas bonitas pero miserables que hacen nuestra vida más triste y dolorosa.

Hasta que una, un día, tiene que salir al mundo con el tetamen free as a bird y tiene sensaciones nuevas y excitantes: no hay opresión, no hay cosas que aprietan, no hay dolor. Sólo el punto del jersey rozando suavemente los pezones.

Y entonces, cual Scarlett encaramada a la cima de una colina marrón, con una lágrima de felicidad asomando por el ojillo, una se hace un juramento:

"A Dios pongo por testigo, A DIOS PONGO POR TESTIGO, que nunca más voy a sufrir por un sujetador, que se acabaron los aros, las ballenas y las guatas, que voy a llevar las tetas tan sueltas que me van a llegar hasta las rodillas en dos años".

Y, oye, una es mucho más feliz así. Dónde va a parar.

lunes, 12 de noviembre de 2012

El fujitsu

Hace unos días tuve una fiesta importante relacionada con el trabajo y fui a una sesión de chapa y pintura: peluquería, maquillaje, manipedi... En realidad, podía haber prescindido completamente pero era la excusa perfecta para escapar de la espiral de miseria, mierda y destrucción total que hay en el trabajo. Y me hacía falta. Y me encanta. Tooooootal, que me tiré toda la tarde sufriendo sin parar mientras otras mujeres me tocaban suavemente con manos sedosas e hidratadas.

Todo podía haber sido perfecto pero no sé si es que tengo un imán especial para que me toquen las personas más lerdas sobre la faz de la tierra o es que soy extremadamente inteligente. También es posible que sea, simplemente, una cuestión de hijaputez, pero sobre esto todavía no se ha pronunciado Benedicto así que lo dejamos en "en estudio". La cuestión es que me tocan todas. Si hay una borderline a menos de un kilómetro, me toca.

Cuando me la asignaron para lo del maquillaje me dio un poco de miedo. Del miedo de ese sordo que hace que se te encoja el bajo vientre como si te estuvieras aguantando la caca pero sin ganas. Y es que la muchacha en cuestión tenía unos 25 años, mechas de varios colores, laca para fijar el peplum de la estatua de la Libertad, uñas de Florence Griffith y suficiente maquillaje para Lady Gaga, Concha Márquez Piquer y Axel Rose juntos. Así que me esforcé mucho en que quedara clarísimo que era lo que quería. Exactamente. Sin fisuras: colores, intensidad, dirección de las intensidades, brillos... TODO.

No parecía muy contenta con tanta indicación así que se pasó todo el rato rezongando: pues este color te iría más con lo que vas a llevar, pues así las uñas no quedan bonitas, pues con tu pelo deberías no se qué... Hasta que se conoce que le puse de mal humor de verdad y empezó con la artillería pesada chonista: el argumento dialéctico irrefutable porque yo lo valgo. 

Así que, mientras tenía dos 95 B sobre la cara, tuvimos la siguiente conversación:

- Si tienes tan claro lo que quieres no sé por qué vienes a que te maquillen (sic).
- Porque me gusta y no sé hacerlo bien sola.
- Ya, pero es que se supone que si vienes a que profesionales estilistas te asesoren tienes que confiar en lo que te recomendamos, porque lo más importante es que la clienta se vea más guapa (sic).
- No he venido a que me asesoren, he venido a que me maquillen.
- Pues es muy fácil.
- Ya.
- Pues no entiendo por qué no te lo haces tú.
- No se me da bien.
- Pues es cuestión de práctica.
- ...
- Pues yo tengo clientas que si se ponen aprenden.
- ...
- Si tienes tan claro lo que quieres ¿por qué no te lo haces tú? Si es que es muy fácil.
- A mí no me lo parece y prefiero que me maquille alguien que sabe.
- Pues si que debes ser torpe si no puedes hacerlo, yo lo hago todo el tiempo.
- Ya... ¿tú  puedes hacer análisis estadísticos con proyecciones y estudios de mercado? ¿no? Es muy fácil yo lo hago todo el tiempo.

Y el fujitsu.

martes, 6 de noviembre de 2012

Nervios

Noto como si se acercara lenta pero inexorablemente el final de una etapa de mi vida. No pasa nada, sin dramatismos, pero tengo un tufo a cambio todo el día que ni con el ambientador de palitos se quita, oigan. Y estoy rara. E irascible. Soy un puto manojo de nervios.

Poco a poco, en unos meses se ha ido derrumbando una gran parte de lo que era mi rutina y me siento como huérfana, desubicada. De un plumazo, han desaparecido de mi vida obligaciones inalienables y he ido ocupando ese tiempo casi a la desesperada, como buscando a lo loco nuevas rutinas que hagan que me sienta segura, útil, acompañada, viva. Pero hecha un puto manojo de nervios.

Busco con desesperación a personas que me quieren y a las que quiero porque necesito eso, sentirme querida, para sentirme menos huérfana y desubicada. Y voy apartando a personas que no hacen que me sienta mejor, también con cierta desesperacion. Sin dramatismo aparente, pero con urgencias latentes. Y hecha un manojito de nervios de color de rosa.

Estoy hiperactiva. Necesito tanto no pensar en muchas cosas que ocupo las manos con cosas difíciles que reten mi mente para distraerla. Estudio. Estudio mucho. Demasiado, quizás. Monto muebles como una loca. Juego al Tetris con los armarios. Construyo comidas que viajan en tuppers a otras mesas. ¡Yo! ¡YO! ¡Y TIRO COSAS, MUCHAS COSAS!

Busco a lo loco otras cosas en las que pensar. Cosas lógicas, que empiezan y terminan con esa maravillosa lógica de las cosas que empiezan y terminan, que sirven para algo, porque a veces tengo la sensación de que  nada de lo que hago sirve para nada y estoy perdiendo el oremus en una vida sin propósito echada a perder. Con esa sensación desagradable de que me muevo mucho pero no voy a ningún sitio.

Paso las horas que paso en el trabajo con un único pensamiento en la cabeza: la hora de marcharme. Con angustia. Con urgencia. Con una sensación de miedo paralizante inexplicable que me hace torpe, insegura, vacía, marioneta muerta, nada creativa, nada inteligente, nada. Y salgo y reviscolo, como si el aire de la calle llenara todos esos vacíos y me convirtiera de nuevo en una persona. Una persona nerviosa, sí, pero una persona.

He pasado por algo así antes, no pasa nada. Todo se pasa, que dicen. Son épocas. Necesito descansar, dormir unas cuantas horas seguidas, quitarme losas de encima, pasar dos o tres noches de fiesta despendolada, con las bragas en la cabeza y la tarjeta de crédito pegada a la frente. Vale.

Pero, mientras pasa, mientras toda esta sensación de angustia, de vacío, de ausencias de quereres pasa, voy a tomarme todas las mañanas un zumo de naranja, vaya a ser que estoy baja de Vitamina B, y un yogur con cola de caballo y germen de trigo, que dicen que da mucha fuerza. Sobre todo al pelo y las uñas. En esta época del año.

Por cierto, no he comentado que mi terapeuta favorita se ha casado con un colombiano y ha cruzado el charco y ha pasado su consulta a una lers rubia naturista de los cojones. La madre que la parió de culo.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Orgullo tonto

En una familia de cocinillas mode pro on y profesionales de verdá de la buena, que mi mayor logro culinario sea no socarrar la leche todos los días en el microondas no está muy bien visto.
 
A mi madre, diosa de la cocina con gafas, siempre le ha encantado que mis hermanos cocinen como los mismos dioses desde que eran muy pequeños y sé que, desde el botón de su corazón, tiene una espinita clavada con mi falta de interés y mi inutilidad absoluta en asuntos culinarios.
 
No será para tanto, dirán. Bueno, sí lo es. Soy capaz de hacer incomible una ensalada. Asín es.
 
Además, no me gusta la cocina. Ni el continente ni el contenido. Nunca me ha gustado nada relacionado con la cocina, con cocinar y, mucho menos, con comer. Paradójico, quizás, pero cierto. Daría mi mano derecha si nunca más tuviera que comer, o si pudiera alimentarme como en las películas de ciencia ficción, con una cápsula o algo así, sin notar el sabor. Porque siempre he sabido que cualquier cosa que ingiriera era un paso más hacia el infierno de los kilos, la grasa, lo de ser gorda y todo eso, ya saben.

Ni siquiera me da envidia que otras personas sepan cocinar. Quiero decir... a ver si me explico bien... Por ejemplo, veo a otras personas que son muy creativas, o inteligentes, o intuitivas, o mañosas... y me da esa envidia de decir jo, cómo me gustaría ser así, cagonlamar, qué mal repartido está el mundo... Pero lo de ser hábil para cocina, pues no. Me la pela.
 
Así que nunca cocino. Si no tengo tuppers de mi madre o mis hermanos como cosas crudas o precocinadas. Nunca cocino. O, bueno ¿las torrijas son "cocinar"? Vale, pues nunca cocino excepto torrijas que me salen como si las hicieran los mismos dioses ayudados por los ángeles.
 
Hasta hoy.  

Como tantas otras decisiones en la vida, no tengo ni idea de por qué. Esta mañana me he encontrado con un anuncio de una página de recetas y, casualmente, tenía todos los ingredientes, era algo que me gustaba y era muy fácil. Me he llevado el ordenador a la cocina, he seguido todos los pasos y esto es lo que ha salido:

Es un bizcocho de zanahorias.

Estoy tan orgullosa de mí misma que tengo todo el día ganas de llorar...