Recuerdo con nostalgia las discusiones que tuve en la adolescencia con mi madre sobre música. Ella, muy de la copla, muy de flamenco, muy de bolero y muy de zarzuela, no acababa de entender de dónde venía mi afición a la música en raro: blues, pop inglés, algo de soul y de country, Michael Jackson, Elvis Presley y Madonna. Yo, en mi inocencia, intentaba explicarle por qué esas músicas en un idioma extraño eran mucho mejores que lo que escuchaba ella, que me parecía tan polvoriento y antiguo.
Como todas las familias, conseguimos llegar a una entente cordiale: cada una escuchaba lo que le daba la gana y si llegábamos al conflicto la que se ponía los cascos era yo, que ella era la madre, aunque yo ponía todo el rato cara de enfadada. Seh. En la intimidad de mi habitación. Muy de vencedora, todo.
El paso del tiempo ha hecho que mi universo musical se haya ampliado. No demasiado, un poco. Y, curiosamente, la copla ocupa ahora un lugar de excepción. Me gusta la copla. Me tranquilizan las cadencias, las melodías, las voces potentes y crispadas de las folclóricas. Me gusta ese sonido refrito que tienen algunas grabaciones. Las conozco perfectamente. A veces pienso que quizás el psicoanálisis explicaría este cambio porque me da seguridad, me recuerda a mi casa, a mi madre cantando en la cocina las peticiones de las vecinas, a los viajes en coche en familia, cantando todos a la vez. Tendría razón, pa qué darle más vueltas. El psicoanálisis es lo que tiene.
Así que, aceptado todo, pienso en copla. Hay días difíciles, tensos, de estos que a media tarde dudo entre ponerme a llorar o tirarme ventana abajo, que descuelgo el teléfono, me pongo los cascos, selecciono la carpeta "Mamá" y paso a pensar en copla. Hace que me sienta mejor
Ahora ya no discutimos por la música y mientras regamos las plantas de su balcón mi madre me canta Romance de la reina Mercedes, que es la que más me gusta. También me canta Tatuaje, que es una de sus favoritas, como @MamiRizosa, progenitora de la Rizos, una señora estupenda.