lunes, 24 de septiembre de 2012

Un plan perfecto II

Pasé el sábado por la tarde llorando. Por muchas cosas, supongo, por tristeza, impotencia, dolor, cansancio,... por muchas cosas.

Hay pocas personas con las que me apetece hablar cuando me siento así, muy pocas. Dos, concretamente. Y una de ellas es mi muy mejor amigo, mi Javier. Él también está pasando por un momento personal muy difícil y dice que siempre se siente mejor conmigo. Y fue él quien me llamó, no podíamos vernos el día de mi cumpleaños y me proponía tomar una cerveza juntos. Le conté todo, lloré, hipé, le escuché, lloré más, lloramos... y después de veinte minutos al teléfono me dijo: Ya está bien, esta noche nos vamos de fiesta. Yo me encargo de todo, paso a recogerte en una hora. Y colgó.

En ese momento estaba sentada en la cama, descalza, completamente derrotada, con los ojos hinchados y el pelo recogido en una coleta. Mi primer impulso fue volver a llamarle y decirle que no, que no me apetecía hacer nada. Pero luego pensé que igual no me venía mal salir un rato conél, que me quiere, me escucha y no me dice que todo va a ir bien, sino que voy a ser capaz de llevarlo mejor.

Me di una ducha, me maquillé como una puerta, me puse un taconazo y esperé a que mi carroza pasara a recogerme.

Al llegar al restaurante me quedé muerta: en una hora había localizado a nuestros amigos, a esos que cada vez vemos menos porque tienen hijos y trabajos y que ponen siempre mil pegas para quedar. Sí, a esos. Cenamos tapas de fritanga y soplé las velas sobre un brownie de chocolate. Brindamos con tequila. Lloramos todos un poco, pero sin hipar. Y nos reímos hasta decir basta.

Bailamos toda la noche, bebimos en un garito imposible en un polígono industrial, compramos papas en una gasolinera, bebimos cerveza en un parque hasta que se hizo de día, hicimos pis entre contenedores (sí, otra vez) y desayunamos magdalenas con colacao en un bar de carretera. Nos comportamos como adolescentes y creo que todos, por una noche, olvidamos lo mal que nos va en la vida y lo mucho que disfrutamos cuando estamos juntos. Pasará mucho tiempo hasta que volvamos a reunirnos pero sé que, cuando lo hagamos, volveremos a sentirnos así, como cuando teníamos dieciocho años y no teníamos problemas.

Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien, hacía tiempo que no nos lo pasábamos tan bien.

Y he llevado toda la semana algo que me lo ha recordado y me ha hecho feliz.

Ha ido desapareciendo poco a poco (es que me ducho, a veces), pero ha servido para recordarme que por muy malas que sean las cosas que pasan en la vida siempre hay un momento para olvidar y disfrutar de lo bueno, sobre todo si es con personas que me quieren y a las que quiero y son capaces de hacer cosas sólo para que me sienta mejor.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Tierra quemada

Based on a true story. VERY TRUE.


Hace unos meses una de mis amigas volvió de un tupper no se qué con unos regalitos sorpresa que le habían tocado por acoger el encuentro en su casa. Repartió y a mí me tocó una cajita de incienso afrodisíaco. El rollo es que el incienso tiene aroma de no se qué pollas flores y es para que te pongas cachondo. Como cuando lo de las ostras, pero sin caldito asqueroso.

A mí lo del incienso, pues ni fu ni fa, no me mola que mi casa huela a inglesia revenía, pero tenía curiosidad por saber a qué olía aquello y si tendría efecto. Qué mala es la curiosidad...

Tooootal, que pensé en probarlo cuando estuviera acompañada, porque ponerme cachonda con mi bicho... él no me dice cosas bonitas ni me acaricia la espalda después y lo del afrodisiacanismo es para eso ¿no?

El caso es que Aquiles me llama, me dice que viene a pasar la noche:

Hummmm... ocasión perfecta para probar el efecto del incienso cachondo...
Y, superlista como soy, rubia como la madre que me parió, enciendo una varita de incienso y la clavo en un macetero con tierra que iba a ser un huerto urbano pero que se murió, que dice mi madre que a veces aunque una planta se muere luego revive y yo le puse mucho amor a mi huerto urbano y quería que reviviera. Cuatro meses me parecen muchos para que los tomatitos vuelvan de entre los muertos pero siempre me resisto a desalojar a lo que fue un ser vivo*.

El caso es que, como decía, enciendo la varita de incienso y la clavo en el macetero, para ir haciendo ambiente. Que, oye, sería afrodisiacadísimo, pero yo me sentía igual. Ni más cachonda ni nada. Y ahí se queda.

Un rato después, nada más entrar en casa, Aquiles arrugó la nariz. 

- ¿A qué huele?
- A incienso. Afrodisíaco, ¿no te gusta?
- Pscheee... carga un poco el ambiente, ¿no?
- Es afrodisíaco (mode hot cat on).
- Ah, ¿sí? (mode hot cat on).
- Eso dicen...

Y eso.

Y más eso.

- Shhhhh... espera... ¿no hueles algo? Huele como a quemado...
- Mmnnooo... Será de la calle¿no?...

Y eso.

- No, espera, huele a quemado.
- Que no, que no puede ser... vaaa... que no pasa nada.

Y es...

- HUELE A QUEMADO, voy a ver.
- Joder, que manera de cortar el rollo que...
- ¡¡¡FUEGO!!! 

¡¡¡FUEGO!!! ¡¡¡VEN, HAY FUEGO!!!

Me quedé ahí, sin poder moverme, ¿cómo va a haber fuego? durante un segundo no hay nada que pueda ard que pareció un segundo. Busqué las gafas, ¡¡¡coño, el incienso!!! las zapatilas y me levanté.

MENOS MAL.

El comedor, iluminado por las farolas de la calle, estaba lleno de humo. LLENO. Muy Whitechapel.

Y había un macetero ardiendo. ARDIENDO. Muy Na Jordana todo.

Como todo el mundo sabe, cuando hay fuego no hay que abrir puertas o ventanas para que no entre más oxígeno y hay que tapar lo que está ardiendo precisamente por lo mismo. Por resumir, concepto clave: MENOS AIRE, MENOS OXÍGENO.

Así que, corrimos a subir los estores y a poner los ventiladores para que se fuera el humo, lo normal. Con un macetero ardiendo. Y lo siguiente que hicimos fue abrir todas las ventanas de la casa. Y luego, ya, correr a la cocina y vaciar un litro de agua en el macetero.

Vivo en una planta baja. Todas las ventanas de la casa estaban abiertas. Me imagino a una de esas señoras que sacan a pasear el perro a las tantas de la noche (que las hay), viendo correr a dos personas de mediana edad desnudas, muertas de risa, intentando apagar el fuego de una maceta, y me descojono.

Hasta que dejamos de descojonarnos tanto, porque aquello no se apagaba. Y lo mejor fue que llegó un momento que ya no cabía más agua ni en la maceta ni en la base para el sobrante y empezó a rebosar. Y en cuanto nos dábamos la vuelta para buscar más agua prendía de nuevo.

Todas las luces de la casa encendidas. Ventanas abiertas. Llamas. Humo. Agua. Tierra por todas partes. UN AQUELARRE, ESTO ES UN AQUELARRE.

Y, cuando parecía que todo se había acabado y nos relajábamos, volvía a avivarse algún rescoldo, salía humo de nuevo y vuelta a las carreritas.

Hasta que a Aquiles se le hincharon los cojones hartó, se puso los gayumbos, sacó el macetero al parque, escampó la tierra y vació encima un cubo de agua. Allí esperó hasta que estuvo seguro de que se había apagado completamente. En calzoncillos.

MI HÉROE.

Aún un poco cagados de miedo asustados volvimos a la cama.

- Hueles a concurso de paellas de pueblo.
- Tú también. Cabrón.
- ¿A la ducha?
- ¡A la ducha!


Y así fue como sobrevivimos a una catástrofe doméstica incendiaria que acabó en risas pero qué susto si pienso en lo que podría haber pasado.

¿Qué hemos aprendido?

1. No sabría explicar cómo pero hay tierra que arde.
2. No hay mejor afrodisíaco que una catástrofe doméstica.

* Recuérdenme que les cuente cuando se me murieron los peces, por favor.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Esa cosa con plumas

esperanza
1. f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
2. f. Mat. Valor medio de una variable aleatoria o de una distribución de probabilidad.

"Es la esperanza esa cosa con plumas (...)" escribió Emily Dickinson. Con plumas y sabor a leche pasada, añadiría (modestamente).

Porque, sinceramente, la esperanza es una putada.

Una está ahí, la mar de tranquila, absorta en el texto que está leyendo, cuando suena el teléfono. Una tarda unos segundos en reaccionar, levantarse, encontrar el teléfono que está en el bolso... En esos pocos segundos, la esperanza que, no olvidemos, es esa cosa con plumas, despierta, abre las alas, las sacude, se rasca con el pico debajo de la pata, echa un vistazo a su alrededor, detecta a su presa indefensa y se dispone a atacar.

Sólo estoy yo, yo soy su presa. Me pilla buscando el teléfono, así que me da de lleno: que sea él (raaas, primer golpe en la sien) que me muero de ganas de verle (raaaas, segundo golpe en medio del pecho) que sea él (raaaaas, tercer golpe, en el estómago) porfavorporfavorporfavorporfavor (raaaaaas, coup de grâce, por la espalda y a traición).

La pantalla me dice que no es él, pero es tarde. La esperanza, esa cosa con plumas, ya me ha vencido. Me deja derrotada. Con un ataque de unos pocos segundos consigue que me quede un regusto amargo que sé que no se me va a quitar hasta que consiga dormir.

desesperanza
1. f. Falta de esperanza.
2. f. Estado del ánimo en que se ha desvanecido la esperanza.
3. f. ant. desesperación (alteración extrema del ánimo).

(Publicado el 19 de abril de 2009)

martes, 18 de septiembre de 2012

Un plan perfecto (I)

Hace algo más de dos años empecé a pensar en la celebración del cumplegordi 2012. Iba a ser una celebración de las que hacen historia y en mayo ya había reservado el sitio, seleccionado y ordenado la música en el disco duro, diseñado las invitaciones, decidido el tema de la fiesta... Empecé a ahorrar en Navidad y lo tenía todo pensado. Iba a ser la bomba.

Pero ya sabemos que la vida es muy puta y nos pone obstáculos para jodernos la ídem. Varias catástrofes familiares fueron minando la ilusión hasta que, a finales de junio, empecé a cuestionarme seriamente si quería montar un fiestón, porque no tenía nada de ganas. E iba a peor. Y empecé a hacerme la llonguis con los amigos, disimulando, como si no fuera conmigo. Hablé con el local que había reservado y expuse la situación. Fueron muy comprensivos: si no era para mi fiesta no iban a abrir de todas formas así que me daban unos días para cancelar, aunque perdería la pasta de la reserva si era demasiado tarde y ya habían hecho compras. Me pareció bien y fue el principio del fin.

Los dos últimos meses han sido duros, muy duros. Hace tiempo que yo sabía que no iba a querer celebrar nada: mi sobrino cumple años justo dos días antes que yo. No iba a estar. No vamos a volver a estar juntos estos días y eso me mataba. Me mata.

Seguí haciéndome la llonguis con mis amigos: no tenía ganas de estar dos meses aguantando la matraca de "venga, va, tienes que animarte". Sabía que no podía celebrar nada, me ponía a llorar por cualquier cosa y no es plan, en un cumpleaños no es plan. Así que cancelé la reserva a tiempo, devolví las compras que pude y no dije nada hasta hace una semana.

Hice bien. Las últimas semanas han sido especialmente difíciles: sólo tengo ganas de llorar y de dormir. Aún a riesgo de engancharme (una vez más) he acudido a mis amigos los hipnóticos y los somníferos para dormir cuantas más horas, mejor. Dormir está bien. Una no es consciente de que vive y no sufre.

Así que, una vez desconvocada la celebración, con un lacónico "no tengo ganas de celebrar nada y no tengo ganas de hablar de ello" que casi nadie ha entendido porque casi nadie sabe qué está pasando, tramé un plan perfecto: drogarme todo lo posible para dormir todo el fin de semana hasta el domingo a la hora de comer, cita inevitable con mi familia, porque no quiero que se preocupen más de lo que ya están.

Pero mi plan se fue al traste el sábado por la tarde, entre lágrimas e hipidos.

¿Por qué?

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cara de culo

¿Es posible estar hundida en la miseria más absoluta, llorar sin fin y sin consuelo un día y ser absolutamente feliz al día siguiente? Sí, claro, qué pregunta, ESO ES LA VIDA. Y lo de la ciclotimia, que es lo que tiene.

Y este fin de semana ha sido así, una montaña rusa. Un no parar de llorar de tristeza profunda, de sufrir, pero de verdad, de sufrir mucho, de tener un dolor de esos que sabes que es dolor de alma, que lo deja todo tan apagado por dentro que cuesta moverse. Y vivir. De esa tristeza que inmoviliza hasta que sólo apetece dormir, sea como sea, para no pensar. A veces hasta me apetece no despertar. Sin dramatismos ni nada, simplemente, quedarme ahí, dormida, para siempre.

Pero también ha sido de alegría. Mucha.

Siempre se dice que es en los malos momentos cuando se sabe quiénes son los amigos, la gente que te quiere y es capaz de hacer cosas sólo para que te sientas mejor, para que seas más feliz. No soy muy fan de lo de la exaltación de la amistad porque sí, me han decepcionado (y, probablemente, he decepcionado) muchas veces. Pero es que tengo la suerte de tener cerca a personas que hacen cosas sólo para que yo sea más feliz, especialmente en momentos difíciles. Soy afortunada.

Gracias a ellos he cambiado por unas horas las lágrimas de dolor por la carcajada, y me ha venido muy bien. Muy bien.

Y esto sólo en el mundo carnal. En el de dar un cachetazo en el culo de verdad.

Resulta que también soy afortunada en lo de la blogocosa y tuiterlandia, ya ves tú.

Por segundo año, tuiteros a los que ya considero amigos (a algunos, no me se vayan a emocionar ni nada) han hecho que el día de mi cumpleaños haya sido muy divertido, que me haya sentido querida, que me haya reído mucho. Como todos los días, vaya, porque son muy especiales, pero esta vez con cara de culo. Y ha sido un lujazo ver una procesión de culos en mi TL, qué quieren que les diga.

Ha sido un día de cumpleaños muy divertido gracias a vosotros, queridos culos de mis entretelas, y me habéis hecho muy feliz.

Muchas gracias. MUCHAS GRACIAS.

Petul And CiaNewland23Bich75Una de Rizos...toayitaDeyectorfleOso n°5ynosek(+)kontarteBereni-CEl Niño DesgraciaítoYamane 

Por cierto, feliciten a mi @toayita y a mi @ynosek porque son los nuevos Miss y Mister Culazo 2012. 
 
Mi Toayita tiene el superpoder de flotar.

Ynosek es más bueno que el txoripan en vena.



jueves, 13 de septiembre de 2012

Poquito a poco

No puedo escribir. Me estoy muriendo de pena. Poquito a poco. Poquito a poco.

Y ya.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Desprecio profundo

Si hay algo que desprecio profundamente, algo que podría convertirme en una eugenista de libro, es la falta de espíritu crítico de algunas personas y, especialmente, el desinterés por tenerlo. 

Más allá de la educación, de la capacidad intelectual o las circunstancias personales, la vida nos pone en multitud de situaciones que nos obligan o nos permiten tener otras opiniones, otros puntos de vista, informaciones contradictorias, datos, pruebas... Vivir nos abre todos los días un universo de impactos que, si tenemos la mente abierta y la curiosidad despierta, deberían estimular nuestra capacidad de pensar, de relacionarlos, de mirar con escepticismo y extraer nuestras propias conclusiones. 

Y, sin embargo, hay tanta gente que no lo hace... Y, lo que es peor, hay tanta gente que no tiene el más mínimo interés por hacerlo y rechaza cualquier posibilidad de pensar por sí misma... Y eso lo desprecio. Profundamente.

Una persona que no se cuestiona las cosas, cerrada a aceptar otras visiones, orgullosa de su ignorancia y su estulticia, ofuscada en sus creencias y ciega a las contrarias, que sigue ciegamente a la manda sin preguntar, que repite lo aprendido sin seguir aprendiendo, no merece más que un desprecio profundo, insultante, envolvente, total.

Una persona así merece pocas cosas.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

En purititas bragas

Lo malo de escribir desde una torre fortificada, con foso de cocodrilos y puente levadizo, ataviada con cota de malla y yelmo de oro es que una se cree inexpugnable, a salvo de incursiones indeseadas.

Desde su torre, una cree que domina el valle de las palabras: la composición, el tempo, los silencios. Una, protegida por su fortín, se cree Baronesa de la Frase, Duquesa del Puntoycoma y Señora del Contenido y observa, altiva y orgullosa, el ir y venir de su legendario ejército de palomas mensajeras.

La costumbre y cierta habilidad hace que sea fácil escribir y que el tráfico de mensajes sea fluido y continuo. Las palomas van y vienen, van y vienen.

A veces, hay mensajes especialmente delicados a los que una dedica mucho tiempo y cariño. Antes de enviarlos, una los lee y los relee, muchas veces. Los deja en stand by y vuelve a releerlos, para asegurarse de que dicen, exactamente, lo que una quiere decir, ni más, ni menos. Porque una tiene miedo de decir lo que no debería, claro. Hay mensajes que tardan tanto tiempo en enviarse que, cuando al fin salen, las palomas mensajeras se han hecho viejitas y tienen que jubilarse a la vuelta. Con una buena pensión, en prueba de agradecimiento.

Envié a mi mejor paloma, vestida de gala, con un mensaje especial.

Protegida por la torre fortificada, el foso de cocodrilos, el puente levadizo, la cota de malla y el yelmo de oro (ah, y por 7.500 km), envié un "te quiero" explícito a Aquiles, con la esperanza de que la distancia le hiciera ser benévolo. Confiaba en que no utilizaría su artillería pesada desde el otro lado del mundo. Me confié demasiado.

¿Fortín? ¿A SALVO? Y una mierda. La torre es bajita y tiene escaleras. Los cocodrilos son de plastilina. Los niños utilizan el puente levadizo de trampolín. Planché la cota de malla y se me ha quedado blandita y el yelmo... con el calor que hace, porelamordedios, ¿cómo voy a ponerme el yelmo, con el calor que hace?

Desde el otro lado del mundo llegó mi mejor paloma, vestida de gala, con una respuesta especial, que ha arrasado mi fortaleza y me ha dejado en purititas bragas, herida de muerte. El mensaje de vuelta dice "yo también te quiero".



(Publicado el 1 de septiembre de 2009)

NOTA DE LA AUTORA: tengo especial cariño a este post, por culpa de @Petulandia, que me mima allá donde está. Cuánto hemos cambiado y qué iguales que somos. Y qué igual y que distinto es todo. Sigo herida de muerte.

martes, 4 de septiembre de 2012

La locura del raro

No tenemos que ir muy atrás en el tiempo para recordar que una máquina de escribir eléctrica era el artilugio más sofisticado que teníamos para dejar nuestros pensamientos negro sobre blanco. Entonces, escribir era un ejercicio íntimo y exponer el resultado, una muestra de confianza: compartíamos nuestros pensamientos con unos pocos elegidos, esperando descubrir en sus caras el veredicto antes de que pudieran decirlo con palabras.

Las cosas han cambiado. Es fascinante. 

Ahora tenemos la oportunidad de descubrir los pensamientos más íntimos de un universo de personas que, de otra manera, nos estaría vetado. Y de mostrar los nuestros. Nos acerca a otros pensamientos que, por compartidos, hacen que nos sintamos menos solos, menos raros. Me imagino a veces a Ana Frank ahí, en su agujero, escribiendo su diario, asustada en su soledad, sin saber que, probablemente, miles de personas tenían los mismos pensamientos y sentimientos que ella. ¿Hubiera escrito las mismas cosas de saberlo? Probablemente no. A pesar del drama que vivió, quiero pensar que si hubiera podido compartir con alguien todo aquello hubiera sufrido un poquito menos sólo por saber que no estaba sola. Compartir a menudo alivia el alma y mitiga el dolor. Miren Facebook, si no, todo lleno de personas sonrientes y felices todo el rato.

Estoy convencida de que esa soledad que sentían algunas personas, a veces en situaciones vitales extremas, podía derivar, fácilmente, en dudas primero y locura después, esa locura que sale cuando piensas que eres único en el mundo, que sólo tú sientes y piensas según qué cosas, que igual no deberías sentir o pensar. La locura del raro.

Ahora esa locura no tiene sentido. Tenemos acceso a todos esos pensamientos irreverentes, obscenos, incorrectos, desviados, enfermos, groseros, soeces... exactamente como los nuestros, incluso más. No estamos solos. ¡NO ESTAMOS SOLOS! Siempre hay alguien más asqueroso capaz de hacer que nos sintamos más normales, más del montón, sólo es cuestión de curiosear en la Red.

Por eso no entiendo a los retrasados esas personas que se empeñan en describirse en sus bios y perfiles como raros, locos, raritos, desviados y esas cosas, que miran a los que somos normales por encima del hombro. No entiendo a esos que se autodenominan raros a modo de llamada de atención, como si fuera sinónimo de talento. Y no. Nada más lejos de la realidad.

Caris, haced caso de una señora de mediana edad que ya tiene cosas vividas: no sois raros. Más bien parecéis un poco gelipollas. Desde el cariño, claro.




Nota de la autora: ningún raro ha salido herido en la redacción de este post. Y, si se da el caso, ya saben.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Contra la pared

Hace unos días, Aquiles apareció en mi casa con una caja. Una caja grande, muy grande, de cartón, cerrada y precintada. No quería dejarla en el coche, por la cosa de que vivo en una especie de Las Barranquillas y no se fía. Así que vino a casa con ella y la aparcó en una pared.

Al día siguiente, fue lo primero que vi al levantarme: esa caja de cartón desentonando en mi comedor. Creo que me quedé mirándola un momentito, porque cantaba mucho. La cambié de pared una vez. Ahí me molestaba. Volví a cambiarla de sitio. Y seguía sin gustarme. Pero ahí se quedó. En seguida se la lleva, pensé. Y dejé de mirarla para no ponerme de mal humor.

Mientras desayunábamos yo la miraba de reojo. Y, de repente, me dijo: No voy a llevarme la caja, tengo que hacer varias cosas y no quiero dejarla en el coche, ya vendré a recogerla. No te importa ¿no? Le miré, miré la caja, le miré a él, sonreí, con una sonrisa de esas que se te ilumina la cara de mentira, le di un beso con sabor a melón y dije, como despreocupada ¡Claro que no! Tu caja puede quedarse todo el tiempo que quieras.

Así que él se fue y su caja se quedó. Apoyada en la pared. Ahí.

1. Prohibido andar. 2. Ponte erecto. 3. Trata la caja como si fuera dios. 4. Coge paraguas, que igual llueve. 5. Hay cosas rotas dentro, ten cuidao no te vayas a cortar cuando la abras, cotilla.
Ayer me desperté de la siesta y fue lo primero que vi. Supongo que la película que había puesta mientras dormía se me incrustó sutilmente en el córtex porque empecé a pensar en si cabrían los restos descuartizados de un cadáver y cómo los ubicaría. Me descubrí pensando en que debía ser un cadáver no demasiado grande, al que hubieran aplastado la cabeza, porque haría bulto. Y que tendría que desangrarlo antes, porque es de cartón, a ver si iba a gotear. Uf, qué trabajón... Ser asesino es un trabajón que flipas, hay que tener un montón de cosas en la cabeza para que no te pillen porque, claro, no tengo bañera, ¿cómo c*ñ* iba a desangr... En estas estaba cuando una llamada de teléfono desvió mis pensamientos a otras cosas menos mundanas.

Más tarde, mientras la cambiaba de nuevo de sitio, pensé en que tenía la medida perfecta para guardar juegos de sábanas, manteles y esas cosas para hacer una mudanza. O para guardar libros y apuntes. O para guardar los cuadros y fotos. O para guardar... ¡no, espera! ¡YA LO TENGO! Es la caja perfecta para guardar las lámparas, que luego no sé nunca dónde meterlas en las mudanzas. Estuve dando vueltas un rato por la habitación, identificando mentalmente las cosas que podría meter en esa caja que ahora me parecía tan útil. Que no se me olvide decirle que no la tire, una nunca sabe cuando va a tener que mudarse. Pero dejé de pensar en ella cuando me golpeé con la puerta del armario y tuve que repintarme una uña del pie y luego otra cosa atrajo mi atención.

Y aquí sigue. Apoyada contra una pared. 

1. No pises las líneas del suelo. 2. La flecha hacia arriba significa up. 3. Mira que cajita tan chula tengo. 4. Se llevan los paraguas grandes, cari. 5. Si se te rompe una copa más tendremos que beber el vino en orinal.

Es curioso la de cosas que se me ha ocurrido meter en esa caja, la de personas que he matado y metido dentro, cómo ha estimulado mi imaginación esa simple caja de cartón, cerrada y precintada. Si pudiera usarla...

Y eso que sé exactamente lo que hay dentro. No quiero ni pensar en lo que se me podría ocurrir si no lo supiera.