martes, 31 de julio de 2012

Bésame, tonto

Estaba escribiendo un post súper currado sobre cómo he superado la peor semana miérder del horror de todos los tiempos a base de drogas, sexo y rock'n'roll... Estaba escribiendo sobre la fugacidad de la felicidad, el carpe diem que tempus fugit, que viene a ser como lo de folleu, folleu, que el món s'acaba...

Iba a contar que este fin de semana me he soltao la melena del todo. Toda la melena. La que ya puedo recogerme en coleta. 

Iba a contar que, conscientemente, decidí olvidar por unas horas esta vida que me está matando para hacer cualquier cosa que se me ocurriera sin tener miedo a morir. También iba a contar que se me han perdido muchas horas en la nebulosa de la ilegalidad, que no me importa, que me he reído hasta hacerme pis, he bebido hasta hacerme pis y he follado hasta hacermHASTA DECIR BASTA, POR FAVOR, QUE YA NO ESTOY PARA ESTOS TROTES.

Y va y no hace falta que cuente todo ese rollo porque @ishega, me ha regalado una imagen que resumen el finde a la ferpección:



Y está sacado de aquí.

Una imagen vale más que mil palabras, ya saben.

lunes, 30 de julio de 2012

Escribir

¿Cómo he llegado a convertirme en una persona que escribe sin parar, casi compulsivamente? ¿Por qué siento la necesidad de escribir todo el tiempo?

Ni siquiera se trata de contar todo lo que me pasa, o todo lo que me preocupa, o todo lo que siento, ni siquiera es eso. Es algo más profundo. 

Escribir se ha convertido en una especie de argamasa que cubre las grietas de mi burbuja. No tengo claro hasta cuándo va a aguantar. A veces pienso que es una burbuja sólida que me protege de todo mal y me siento segura. Otras, más a menudo, veo amenazas por todas partes, noto los embites de la realidad, más o menos fuertes, y me dan ganas de acurrucarme en un rincón, porque no tengo claro que vaya a resistir. Pero sigo escribiendo. Por si acaso.

Y ese "por si acaso" son posts que nunca publico, libros que nunca termino, correos que nunca envío... un mundo de palabras escondido que, probablemente, morirá conmigo.

Escribir se ha convertido en una terapia inacabada. En un mar de lágrimas que componen una melodía que nunca tiene fin.


Lacrimosa, Wolfgang Amadeus Mozart.

viernes, 27 de julio de 2012

Estereotipos

Leo un comentario en un post de Molinos y me pogo a parir. LITERALMENTE: "(...) si se borra del blog porque es del pp jajajajja. Ést@ viene del colegio privado y como "su papá" le pagó al director pues le pusieron matrícula"*. Y hoy me ha jodido.

De un tiempo a esta parte haber tenido la oportunidad de ir a un centro de estudios privado resulta que no es nada cool. Es como llevar un pegote de mierda en la frente: hueles mal y todo el mundo se aparta con cara de asco. Y te hacen isla. Tienes que pedir perdón porque, en un momento dado, tus padres seleccionaran la que creyeron la mejor opción que estuvo en su mano para tu vida.

Son ustedes muy listos: es mi caso. Reincidene, además.

Voy a resumir, a ver si lo he entendido, que soy rubia, rica y tonta y, además, las clases de lógica las pasé jartándome de caviar en brunches, con mis caris (tú ya me entiendes, guiño, guiño, codazo, guiño):

Los colegios privados son para los ricos.
Los ricos son fachas.
Ergo...

LOS QUE VAN A COLEGIOS PRIVADOS SON UNOS FACHAZAS DE CUIDAO.

A esta argumentación sin fisuras se añade:

Los que van a colegios privados son ricos.
Los ricos merecen mi desprecio sólo porque tienen lo que yo no tengo.
Ergo...

LOS QUE VAN A COLEGIOS PRIVADOS MERECEN MI DESPRECIO PORQUE TIENEN LO QUE YO NO TENGO

Podría seguir un ratito con esta mierda de la argumentación y los estereotipos pero se me hace bola.No puedo con la envidia porque sí. No puedo, en serio, saca lo peor de mí. Pero hoy no tengo ganas de discutir.

Así que, sí, gran argumento, amigo. Has dado en el clavo. Efectivamente, haber estudiado en un centro privado me convierte automáticamente en eso, EN UN FACHAZA  que merece todo el desprecio del mundo, que lo ha tenido todo muy fácil en la vida, empezando por las matrículas de honor compradas en la Universidad, pasando por los enchufes en puestos de trabajo de ensueño, "currando" 30 horas a las semana y cobrando 3.000 pavos netos al mes. No te equivocas ni un ápice, amigo. Es así. jódete. Muérete de envidia. Ójala te mueras. En serio.

No voy a decir que lo de querer desautorizar a alguien con un mensajito de mierda, utilizando un estereotipo (con todo lo que eso supone) caduco es de lerds que merecen, no ya mi desprecio, sino una muerte lenta y dolorosa, porque igual quedaba un poco FACHAZA. No me tienten: no voy a decirlo.

Y porque es viernes de madrugada y esta semana esta mileurista de colegio y universidad privada ya ha trabajado 56 horas y desea morir ahora y en paz. Y sin pedir perdón a nadie.

Gracias por su atención.



*Vete a tomar por el culo.

jueves, 26 de julio de 2012

De lo de tocar las tetas y otras cosas del folgar

No tuve tiempo de interiorizar el sagrado asunto de "dejarme tocar las tetas".

No recuerdo si fue la primera o segunda vez que me enrollé con un muchacho, el caso es que no tuve tiempo de pensarlo: era demasiado joven y me gustó. Para cuando me di cuenta de que era un pecado mortal que iba a llevarme directita al infierno ya estaba bien repasadita así que supongo que mi cuarta y mitá de celebro adolescente penso "xé, ascolta, mari, perlamordedeu, ara tinc que preocupar-me per si em refrega la ceba o em toca les mamelles? I una merda!"*. Y ahí quedó la cosa del recato: tenemos tetas para que nos las toquen.

Años después, ya en la facultad, me encontré un día en una reunión de señoras de veintimuypocos, furibundas porque una le había dejado bien claro a su novio que aún no le podía tocar las tetas porque tenía que hacerse de valer ¡y él había seguido intentándolo! ¡Y SÓLO LLEVABAN CINCO MESES!

Había mucho vino y no entendía nada (ya era rubia entonces) así que pensé, ingenua de mí, que "tocar las tetas" era un sutil eufemismo de follar, que me parecía más divertido. Hasta que me di cuenta que no, que no era un eufemismo, que estábamos hablando de tocar las tetas DE VERDAD. Y ahí mi mundo se paró un poco: resulta que había mujeres que se hacían de valer impidiendo que otra persona les tocara las tetas. I N C O N C E B I B L E.

Pero eso no fue lo peor. El grupo decidió, por unanimidad, que el castigo a tamaña osadía era castigar al interfecto con unos cuantos meses más de ayuno y abstinencia, para que aprendiera.

A partir de ese momento callé, como nunca había callado, y bebí, como cada vez que tenía una botella de vino blanco cerquita. Me sentí como un corderito en medio de una manada de lobos despedazándose entre ellos, que sólo podía seguir con vida si se retiraba en silencio mientras las bestias luchaban entre sí. 

Poco más recuerdo de aquella reunión. El vino blanco hizo efecto y los gritos y la indignación por el salvaje maltrato al que nuestra heroína había sido sometida se convirtieron en una niebla espesa que distorsionaba las caras de mis amigas, que empezaban a parecerse a Sor Citroen peligrosamente. Con cofia y todo.

Sin embargo, aquel día aprendí una cosa que se me ha quedado grabada a fuego, hasta hoy: nunca hables de follar si se está hablando de tetas, alguien puede pensar que lo que quieres es follar.




* Traducción: ¡Cáspita! ¡Esta indecencia me está sonrojando!

lunes, 23 de julio de 2012

Mi castillo

... porque tienes esa manera de mirarme, con el pelo mojado, exhausto tras vencer al dragón y matar los cocodrilos del foso que protege mi fortaleza. Porque mientras accionas el complicado sistema para levantar el puente levadizo eres consciente del peligro que corres; de que morir aplastado, sin haber cumplido tu misión, sigue siendo posible.

Porque mientras avanzas por el patio de armas, amenazado por la guardia imperial, aún con el pelo enmarañado, sigues adelante, atento a cualquier movimiento, con la esperanza de no tener que seguir sufriendo por el camino, pero asumiendo el riesgo, la posibilidad de fracasar una vez más.

Porque llegas a mi alcoba rendido, cansado de batallar contra mis fantasmas, consciente de que nunca podrás vencer mis miedos y, aún así, te pones las gafas de ver el alma y me acaricias, me mientes y me dices que todo va a ir bien.

Porque te desnudas para mí para que compruebe que no guardas ningún as en la manga, para que sepa que no quieres hacerme daño, que puedo confiar en ti. Y esperas pacientemente a que yo decida quitarme la armadura roñosa y golpeada que me protege, tranquilamente, saboreando cada resquicio de mí misma que asoma entre los hierros, ansioso por encontrar la piel. La miel. El alma.

Celebras cada avance como una gran victoria, me jaleas y me animas a seguir y das la bienvenida ruidosamente a cada milímetro que muestro, sin olvidar que cualquier palabra, cualquier gesto, es suficiente para que me rearme y me vuelva impenetrable de nuevo. Y tengamos que volver a empezar.

Siguen sorprendiéndome tus alharacas, sobre todo porque sé que sabes que nunca has conseguido lo que querías: nunca has conseguido que fuera yo. Nunca has conseguido conquistar mi castillo.

lunes, 16 de julio de 2012

El mar, la mar, la puta playa

Como señora de mediana edad que soy, ya debería haber aprendido que el sol quema.

Oh, espera, tengo que contextualizar.

Como señora de mediana edad color blanco roto que soy, ya debería haber aprendido que el sol quema a mediados de julio en el Mediterráneo, sobre todo en la playa. Quema mucho.

Y no soporto la arena. Noto cada unidad de esa especie de maldición bíblica que se te pega al cuerpo como una sanguijuela.

Y no aguanto que haya más gente en la playa, no me deja escuchar el sonido de las olas, ese que me gusta tanto durante cinco o seis minutos. Máximo.

No me gusta el agua caliente del mar, la mar. Me recuerda que ahí viven cosas, MUCHAS COSAS, y que probablemente me lleve alguna microscópica pegada a la piel. También me recuerda que cosas personas que no viven ahí todo el tiempo hacen sus cositas, impunemente, pensando que no se va a notar. Yo lo noto. Y, probablemente, también me llevo un poco pegado a la piel.

Y me quemo. Mi color blanco roto se resquebraja como una figura antigua de barro que no ha pasado nunca por el horno a la media hora de estar en la playa. Soy un híbrido de Lorenzo Langostino* y una inglesa en su primer día de vacaciones en Benidorm. Me quemo mucho.

Y me quemo porque me revienta ponerme sesenta veces el engrudo ese al que llaman, eufemísticamente, protector solar, que, al contacto con la piel y la arena, se convierte en una masa compacta que pasaría la prueba de la visión X de Supermán pero que, curiosamente, deja que me queme. Puta.

Sin embargo, a pesar de todos estos inconvenientes, conceptualmente me gusta la playa. Me gusta pensar que voy a tumbarme al sol y escuchar el sonido del mar, la mar. Y me gusta fantasear sobre el olor de la piel bajo el sol, tiene un punto erótico y privado que hace que me apetezca la playa todo el tiempo. Antes de ir.

Me gusta la rutina de preparar una bolsa con tres protectores solares de 50 y ningún paquetito de toallitas húmedas para quitarme la puta arena de la cara, dos peines y ninguna goma para el pelo,  hidratante para manos, para cara y para pies y 0 botellas de agua, "porque vamos a estar un momentito".


Sí, me gusta la playa. Sobre todo cuando vuelvo a la piscina.

Me gusta cuando vuelvo.


*Editado: que dice mi @toayita que es Rodolfo el Langostino (Shevame a casa). Ella sabrá.