lunes, 5 de marzo de 2012

Yogur de fresa

Los tequilas, las cervezas y los ginestonics de anoche han hecho un buen trabajo: dos horas después de que mi subconsciente decida ignorar al despertador mi consciente se despierta. Tarde. Otra vez tarde.

Paso rápido por la ducha, gancho en el pelo, leggins, maxijersey y rumbo veloz al centro. Gordi, olvídalo, no tienes tiempo para maquillarte y ocultar las ojeras, la piel cansada, el mal humor de la noche anterior. Y ni pensar en arreglarte el pelo. No puedes llegar tarde a la cita.

Sólo me permito un detalle: tacón, mucho tacón. Un buen tacón es el mejor aliado contra todo lo demás.

Aunque sea taconeando, luchar a las dos y media de un sábado contra la multitud que vuelve de la mascletà es una prueba más para mi paciencia y todo lo demás. Me siento como si estuviera luchando contra la vida, contra el mundo y creo que se me nota en la cara, porque la gente se aparta a mi paso.

Mi cita me espera con una sonrisa y la cara y las manos llenas de yogur de fresa. "¡¡¡TÍAAAGORDIIIII!!!". Hay besos y abrazos que borran la tristeza y el malhumor de un plumazo. Besos que, aunque te llenen la cara y el pelo de yogur hacen que el mundo cambie de color y se convierta en rosa en un momento.

Así que, con la resaca pintada de fresa y la tristeza alejándose rápidamente en un Ferrari de juguete, me lanzo a la conquista del mundo armada con un sobrino de dos años y medio roncando a pierna suelta. Da igual que hayamos quedado con alguien. Los niños no entienden de horarios ni de obligaciones: comen, duermen, cagan. Cuando les viene bien a los cabrones. Eso es así.

De repente, un monstruo insensato armado con un petardo me despierta al niño, que empieza a llorar, asustado, como si se acabara el mundo. Maldito sea... Le mataría con sus propias manos pero estoy acupada abrazando muy fuerte a mi niño entre mis brazos, con lágrimas en los ojos porque no soporto que sufra... y está sufriendo. Bien, quizás es algo exagerado. Pero él sufre, y yo también.

Ya no me acuerdo del gancho del pelo, de las ojeras, de los leggins, de la resaca, del olor a yogur pegado al pelo... Sólo pienso en cómo consolar a ese pobre niño que no entiende nada porque acaban de despertarle sin piedad a golpe de masclet.

Y, en ese momento de vulnerabilidad extrema, mientras tengo entre mis brazos a mi niño, mocosos ambos, desconsolados, apoyada en la pared de un Banesto cualquiera, alguien se me acerca sonriente, al grito de ¡GORDI, CUANTO TIEMPO SIN VERTE! Y me quiero morir.

Aquiles, mujer e hijos.

Ahora sí recuerdo, perfectamente, el pelo, las ojeras, los leggins, la resaca... y el olor a yogur, que se hace omnipresente cuando se acercan a saludarme.

Vamos a tomar algo, quédate con nosotros, ¿qué le pasa al niño?. Pobrecito, fíjate, si está con un sofoco... Mujer, vamos a sentarnos, que juegue un poco y se calme, ¿no? Anda, mujer, que hace mucho que no nos vemos...

Mi resaca me aprieta las sienes con golpecitos y noto únicamente el peso del niño, sus lágrimas mojando mi cara, sus manitas acariciando mi pelo... El mundo se ha parado en ese punto, en ese momento. Miro a Aquiles y veo su cara desencajada escondida tras las gafas de sol, suplicándome en silencio que siga mi instinto, que siga mi camino, que no lo haga, que no acepte la invitación.

Soy consciente de la cara de tonta que tengo, respondiendo a la sarta de preguntas con monosílabos, excusándome porque tengo que llevarme al niño a algún sitio... Soy consciente de quién es esa mujer. Y empieza a haber tensión. Yo estoy tensa, al menos.

Pero se me quita de golpe.


¡Mira, TíaGordi, SANJOSÉ!

Los niños, que comen, duermen y cagan cuando les viene bien, a veces también sirven para despertar a una gorda resacosa, desvencijada y con olor a yogur de fresa y recuperarla para la causa.

Mientras acierto a sacar una toallita mojada para quitarnos el olor a fruta empiezo a recuperar la sonrisa. Sí, cariño, San José, ¿vamos a verlo de cerca? Lo siento, no puedo, quedarme, me esperan mis padres y llego tarde. Oye, encantada de veros, ¿eh? hale, que lo paséis bien.

Y me alejo taconeando, notando como los músculos de la cara se relajan al ritmo de Un elefante, se balanceaba, sobre la tela de una araña...

No hay como un niño y unos buenos tacones para olvidar el olor a yogur de fresa y remontar el sábado.

5 comentarios:

  1. Mancantao. Adoro cuando se te cae tó con tu sobri :_)

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  2. Jajajaaaa! A partir de ahora, al Vinatea de la plaza del Ayto, lo llamaré San José. xD
    Madre mía, menuda peripecia... Tuvo que ser un shock verte a toda la familia "feliz". Ahora, saliste bien airosa del envite. A golpe de tacón y de yogur de fresa.
    Dí que sí. Tú vales mucho.
    Besos!

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  3. Que me he quedado totalmente desencajada!!!

    Como que Aquiles, mujer e hijos???????

    Pero que sofocón!!!

    Saludos.
    Ratoncita!

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