Hace unos días que estoy a pseudo dieta. Otra vez. MUERTE Y DESTRUCCIÓN.
Pero no hay mal que por bien no venga porque ya estoy delgadísima. He pasado de estar como un tonel a estar gorda casi sin esfuerzo. Hay que ver lo que pueden llegar a notarse 300 gramos...
El caso es que se conoce que la gordedad es una preocupación muy extendida así que, inspirada por un repentino ataque de servicio público, he decidido compartir con los lectores de este humilde espacio el secreto para lucir una figura lozana y renacentista que quepa en la ropa del verano pasado: MIS RECETAS DE COCINA DE MENOSGORDEZ.
Como esta entrada me ha quedado algo corta voy a ir a avanzando los ingredientes básicos que no pueden faltar en la cocina de los futuros fanes del recetario. No son todos los que están pero sí están todos los que son:
- Cosas que huelen a playa: unas veces son lonchas de pez, otras trozos de pez... de vez en cuando son como pulseras power balance o como camas de viscoelástica de la Barbie... según, vaya. Al parecer, cuanto más claritas son menos engordecen. Lo rosa, CACA.
- Cosas redondas color rosa: aquí es al contrario, lo rosa es bien. Las llaman hamburguesas de pavopollo PERO NO LO SON.
- Leche sin lactosa desnatada: es el aguachirri esa en tetrabricks.
- Peras: es.
- Pimientos: hay rojos y verdes.
- Tomates: son esas cosas rojas con pepitas dentro que se ponen en las ensaladas.
- Zanahorias: tienen forma de vibrador y son del Valencia C.F.
Soy consciente de que la ginebra, la cerveza el vino blanco y el Colacao igual no son ingredientes muy ortodoxos del recetario de menosgordez pero son imprescindibles para mantener la cordura en este valle de lágrimas. Y SE QUEDAN.
Permanenzan atentos a sus pantallas porque en cuanto decida con qué oración encomiendo a los dioses mi alma gordilínea me pongo con el recetario.
He dicho.
(Tenía tanta hambre que me he comido algunas palabras mientras escribía. Aquí van, ahora sin chupar: ya, con, futuros, Al, que, para, los)
jueves, 29 de marzo de 2012
martes, 27 de marzo de 2012
Tristeza
Tengo una tristeza profunda. De esas que convierten el cuerpo en un laberinto vacío en el que el aire se pierde en cada recodo y falta la respiración. De esas que se instalan en el esternón y cobran peaje a cada bocanada de oxígeno que pasa, haciendo de la respiración una tortura para el alma.
Es una tristeza grande, omnipresente, absorbente, que deja en evidencia lo débil que soy, lo frágil que puedo llegar a ser. Contagiosa, se expande, inmisericorde, y lo atrapa todo a su paso, lo envuelve en un hilo finísimo, lo inmoviliza y se lo come sin piedad. Y se hace cada vez más fuerte y más grande.
Es una tristeza radioactiva y muy lista, que hace que mi espíritu se manifieste a mi alrededor, brillante, y lo marchite todo inmediatamente, cerrando las puertas a todo lo demás. Es una tristeza solitaria, huraña, profunda.
Mi tristeza no para de llorar, con una falta de etiqueta sorprendente. Y no sé qué debo hacer, si dejar que campe a sus anchas hasta que se le acabe el fuelle para recuperar mi sitio o encerrarla bajo siete llaves y siete cerrojos y hacer como que no pasa nada.
Tengo una tristeza profunda y no sé qué hacer con ella.
Es una tristeza grande, omnipresente, absorbente, que deja en evidencia lo débil que soy, lo frágil que puedo llegar a ser. Contagiosa, se expande, inmisericorde, y lo atrapa todo a su paso, lo envuelve en un hilo finísimo, lo inmoviliza y se lo come sin piedad. Y se hace cada vez más fuerte y más grande.
Es una tristeza radioactiva y muy lista, que hace que mi espíritu se manifieste a mi alrededor, brillante, y lo marchite todo inmediatamente, cerrando las puertas a todo lo demás. Es una tristeza solitaria, huraña, profunda.
Mi tristeza no para de llorar, con una falta de etiqueta sorprendente. Y no sé qué debo hacer, si dejar que campe a sus anchas hasta que se le acabe el fuelle para recuperar mi sitio o encerrarla bajo siete llaves y siete cerrojos y hacer como que no pasa nada.
Tengo una tristeza profunda y no sé qué hacer con ella.
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jueves, 22 de marzo de 2012
Cosas que explican cosas
- Apalabrados ya me aburre.
- El FBI ha cerrado Megaupload.
- El turno de noche de Facebook está muerto.
- Estoy más tiesa que la mojama.
- Estoy pasando por una crisis twittera.
- Los blogses que sigo han muerto o actualizan con menos frecuencia.
- No estoy de humor.
- No estoy de humor para andar con tonterías sociales.
- Sigo sin tele.
Ergo...
- El FBI ha cerrado Megaupload.
- El turno de noche de Facebook está muerto.
- Estoy más tiesa que la mojama.
- Estoy pasando por una crisis twittera.
- Los blogses que sigo han muerto o actualizan con menos frecuencia.
- No estoy de humor.
- No estoy de humor para andar con tonterías sociales.
- Sigo sin tele.
Ergo...
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Blogocosa,
Gordicidades,
Soy una lista
miércoles, 21 de marzo de 2012
Poesía eres tú
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
Garcilaso de la Vega, ¿?-1536
Nunca he sido mucho de poesía y la poca que me ha gustado leer es clásica, soy muy cuadriculada, yo, pero el primer poema de amor que le dedican a una no se olvida.
Luchando contra el miedo al ridículo, a ser tachado de cursi o meapilas,aquel muchacho sacó un libro de Garcilaso de la biblioteca, copió los versos que había oído decir que me gustaban tanto, y los escribió en la primera página de mi libreta. Firmó, dibujó un corazón y escribió TE QUIERO.
No importa lo poco que duró ese amor, lo fugaz de aquella relación adolescente, si hubo sufrimiento o no. Recuerdo cómo me hizo sentir aquel poema, cuánto valoré que él se hubiera tomado la molestia de buscarlo, de escribirlo, de hacer que fuera feliz. Creo que en aquel momento fui consciente de la importancia de las palabras y lo feliz que iban a hacerme casi todas.
Todos los días, la Rizos nos regala unas palabras en forma de haiku. Y hace que me sienta bien, que recuerde por un momento lo bien que me hacen sentir las palabras. Casi todas.
En el Día Mundial de la Poesía, gracias, Rizosa.
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
Garcilaso de la Vega, ¿?-1536
Nunca he sido mucho de poesía y la poca que me ha gustado leer es clásica, soy muy cuadriculada, yo, pero el primer poema de amor que le dedican a una no se olvida.
Luchando contra el miedo al ridículo, a ser tachado de cursi o meapilas,aquel muchacho sacó un libro de Garcilaso de la biblioteca, copió los versos que había oído decir que me gustaban tanto, y los escribió en la primera página de mi libreta. Firmó, dibujó un corazón y escribió TE QUIERO.
No importa lo poco que duró ese amor, lo fugaz de aquella relación adolescente, si hubo sufrimiento o no. Recuerdo cómo me hizo sentir aquel poema, cuánto valoré que él se hubiera tomado la molestia de buscarlo, de escribirlo, de hacer que fuera feliz. Creo que en aquel momento fui consciente de la importancia de las palabras y lo feliz que iban a hacerme casi todas.
Todos los días, la Rizos nos regala unas palabras en forma de haiku. Y hace que me sienta bien, que recuerde por un momento lo bien que me hacen sentir las palabras. Casi todas.
En el Día Mundial de la Poesía, gracias, Rizosa.
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martes, 20 de marzo de 2012
Música para mis sentidos
Aquiles tiene los dedos finos y fuertes. Están acostumbrados a presionar, a recorrer el espacio, a mantener el tempo, ora tranquillo, ora prestisimo. Les gusta el movimiento. Son duros a veces, suaves otras, pero les gusta el movimiento.
Acostumbrados a los sonidos, a sus dedos les han crecido orejas. Oyen el mundo de una manera especial. Y tienen memoria, también. Tienen registrada cada nota, cada sonido que han provocado. Repiten a la perfección movimientos que una vez fueron y que volverán a ser. Recuerdan todos los lugares donde han estado. Aquí es un Fa. Aquí, un Sol sostenido menor. Aquí va un Do. Seguro.
Aunque sus dedos pueden leer cualquier partitura prefiere dejarse llevar por las notas que tiene siempre en su cabeza y que dirigen su vida. Se deja llevar y yo con él.
A veces para en seco porque no consigue el matiz adecuado. Demasiado piano, dice. Y vuelve a empezar, sin olvidar lo que ya ha sido porque nunca se deja de aprender cuando algo no suena. Y sigue hasta que lo consigue. El sonido perfecto. La música perfecta.
A menudo escucho piezas que identifico con él y me descubro recordándole absorto en su mundo de corcheas, con el pelo enmarañado porque se acaba de levantar, sentado con la mirada perdida, pensando en alguna melodía que le mantiene distraído. En esos momentos, sé que su sonrisa y sus manos en mi cintura no están pensando en mí, sino en esa melodía. En esos momentos mataría por ser un pentagrama.
Aquiles es músico.
(Publicado el 27 de febrero de 2010)
Acostumbrados a los sonidos, a sus dedos les han crecido orejas. Oyen el mundo de una manera especial. Y tienen memoria, también. Tienen registrada cada nota, cada sonido que han provocado. Repiten a la perfección movimientos que una vez fueron y que volverán a ser. Recuerdan todos los lugares donde han estado. Aquí es un Fa. Aquí, un Sol sostenido menor. Aquí va un Do. Seguro.
Aunque sus dedos pueden leer cualquier partitura prefiere dejarse llevar por las notas que tiene siempre en su cabeza y que dirigen su vida. Se deja llevar y yo con él.
A veces para en seco porque no consigue el matiz adecuado. Demasiado piano, dice. Y vuelve a empezar, sin olvidar lo que ya ha sido porque nunca se deja de aprender cuando algo no suena. Y sigue hasta que lo consigue. El sonido perfecto. La música perfecta.
A menudo escucho piezas que identifico con él y me descubro recordándole absorto en su mundo de corcheas, con el pelo enmarañado porque se acaba de levantar, sentado con la mirada perdida, pensando en alguna melodía que le mantiene distraído. En esos momentos, sé que su sonrisa y sus manos en mi cintura no están pensando en mí, sino en esa melodía. En esos momentos mataría por ser un pentagrama.
Aquiles es músico.
(Publicado el 27 de febrero de 2010)
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Aquí un talón,
Revival
lunes, 12 de marzo de 2012
De mear y esas cosas de profundidad
- ¿Qué haces?
- ¿A ti qué te parece? estoy meando.
- Ya, pero ¿qué haces ahí sentado?
- Estoy meando.
- ¿Sentado?
- Sí, cuando meo en el baño de una chica, me siento.
Y yo no me había dado cuenta...
A veces pensamos que conocemos a alguien y, en el momento más insospechado, nos damos cuenta de que no, que sólo conocemos una parte muy pequeña de una infinita galaxia de cosas que conforman su personalidad. A veces pensamos que seríamos capaces de predecir el comportamiento o la reacción de alguien porque confiamos en nuestro conocimiento sobre esa otra persona. Y probablementepor eso nos equivocamos tanto.
Eso o que no me emociona especialmente ver mear a un hombre y nunca me había asomado.
- ¿A ti qué te parece? estoy meando.
- Ya, pero ¿qué haces ahí sentado?
- Estoy meando.
- ¿Sentado?
- Sí, cuando meo en el baño de una chica, me siento.
Y yo no me había dado cuenta...
A veces pensamos que conocemos a alguien y, en el momento más insospechado, nos damos cuenta de que no, que sólo conocemos una parte muy pequeña de una infinita galaxia de cosas que conforman su personalidad. A veces pensamos que seríamos capaces de predecir el comportamiento o la reacción de alguien porque confiamos en nuestro conocimiento sobre esa otra persona. Y probablementepor eso nos equivocamos tanto.
Eso o que no me emociona especialmente ver mear a un hombre y nunca me había asomado.
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No sé qué etiqueta poner
viernes, 9 de marzo de 2012
Cambios de opinión
Sólo tengo un principio vital: me permito cambiar de opinión. Todas las veces que quiera. En la dirección que quiera.
Para una persona que reprime muchos de sus... mucho de su todo, qué quieren que les diga, pues es una liberación.
De pequeña quise ser señorita. Dice mi madre que desde que empecé a ir al colegio. Llegué al instituto convencida de que esa iba a ser mi profesión: enseñar a otros. Y cuando llegó el momento de elegir, elegí otra cosa.
Dediqué a la profesión que había elegido años de estudio y esfuerzo. Hice prácticas, trabajé gratis, fui becaria, me fui a trabajar a tomarporsaco, observé, aprendí, sudé lágrimas de sangre... hasta que me dí cuenta de que ya no me gustaba. Y cambié de profesión.
Y cambié de profesión más veces, casi tantas como puestos de trabajo tuve. ¿Que ya no me gustaba? Pues a otro. ¿Que ese puesto también dejaba de gustarme? Pues nada, a postular por otro. Sin problemas.
Y, además de trabajos y de profesiones, por el camino he ido dejando amigos, compañeros, casas, hobbies,... he ido cambiando de opinión, a veces tranquilamente, a veces de manera más traumática. ¿Que una persona me gustaba mucho pero empezaba a comportarse de manera que ya no? Pues no pasa nada, nos alejábamos poco a poco y cada cual a su olivo. ¿Que yo dejaba de gustarle a alguien y ya no quería estar conmigo? Pues nada,a morirme de asco y andar llorando por las esquinas a seguir p'alante, que los demás también tienen derecho a cambiar de opinión y a dejar de quererme.
Claro que me he equivocado. Mucho, MUCHO, sobre todo en el ámbito laboral. Y, últimamente, en lo de las casas, pero eso es otra historia.
Y creo que por eso cada vez me da más miedo cambiar de opinión, porque el impacto de los daños colaterales es cada vez mayor y ya no es tan divertido.
Y, sí, Bichejo, llámalo revisionismo, quemar las naves o cambiar de opinión, viene a ser lo mismo. Gracias por la inspiración, ya tu sabeh.
Para una persona que reprime muchos de sus... mucho de su todo, qué quieren que les diga, pues es una liberación.
De pequeña quise ser señorita. Dice mi madre que desde que empecé a ir al colegio. Llegué al instituto convencida de que esa iba a ser mi profesión: enseñar a otros. Y cuando llegó el momento de elegir, elegí otra cosa.
Dediqué a la profesión que había elegido años de estudio y esfuerzo. Hice prácticas, trabajé gratis, fui becaria, me fui a trabajar a tomarporsaco, observé, aprendí, sudé lágrimas de sangre... hasta que me dí cuenta de que ya no me gustaba. Y cambié de profesión.
Y cambié de profesión más veces, casi tantas como puestos de trabajo tuve. ¿Que ya no me gustaba? Pues a otro. ¿Que ese puesto también dejaba de gustarme? Pues nada, a postular por otro. Sin problemas.
Y, además de trabajos y de profesiones, por el camino he ido dejando amigos, compañeros, casas, hobbies,... he ido cambiando de opinión, a veces tranquilamente, a veces de manera más traumática. ¿Que una persona me gustaba mucho pero empezaba a comportarse de manera que ya no? Pues no pasa nada, nos alejábamos poco a poco y cada cual a su olivo. ¿Que yo dejaba de gustarle a alguien y ya no quería estar conmigo? Pues nada,
Claro que me he equivocado. Mucho, MUCHO, sobre todo en el ámbito laboral. Y, últimamente, en lo de las casas, pero eso es otra historia.
Y creo que por eso cada vez me da más miedo cambiar de opinión, porque el impacto de los daños colaterales es cada vez mayor y ya no es tan divertido.
Y, sí, Bichejo, llámalo revisionismo, quemar las naves o cambiar de opinión, viene a ser lo mismo. Gracias por la inspiración, ya tu sabeh.
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Ego sum
jueves, 8 de marzo de 2012
De la razón
Tengo al becario enfurruñao. Al parecer, no se puede hablar conmigo porque siempre quiero tener razón. Pues claro. No es que quiero tener razón, es que la tengo. Si no creyera en lo que digo me callaría la boca.
En un momento de exaltación, que me digan algo así no relaja las cosas: yo también me enfurruño, ahora me enfado, no respiro y no te ajunto, pero en seguida me da por pensar. Pero ¡bueno! ¿me crees tan imbécil como para defender mi argumento pensando que no tengo razón? ¡Venga, hombre, que insultas mi inteligencia y ya no soy rubia! Y la liamos.
Pero, claro, si lo dice... igual es porque otras pesonas sí lo hacen. ¿Lo hacen? C'est uncroyable! ¿En serio?
Y me pregunto ¿quién dice algo si sabe que no tiene razón? Por retorcido que sea un argumento, tiendo a pensar que quién lo utiliza cree que es el adecuado ¿no? ¿NO? ¿Por qué me enfrascaría en una discusión defendiendo un argumento si creo que no tengo razón? No lo entiendo. Esto está muy lejos de mi capacidad de comprensión.
Es como las reacciones a las declaraciones de Gallardón que han generado el hastag #violenciaestructural. Por estúpidas, retrógradas, enfermas, asquerosas y equivocadas que me parezcan esas reacciones, supongo que quién así se manifiesta cree que tiene razón y que por eso lo defiende. ¿No? ¿NO? Pues yo igual, pero sin reacciones de esas, que deberían estar penadas con grapar a la frente a Sonia Monroy pa los restos.
Tooootal, que ahí estamos: el enfadado porque dice que soy una tirana y creo que siempre tengo razón y yo enfadada porque no entiendo cómo puede no darse cuenta de que la tengo.
Y, sí. La cuestión es que soy consciente de que soy difícil. Básicamente, una bocas. Que soyverdulera vehemente. Que puedo ser hasta maleducada. Sí, en serio. Pero es porque tengo razón, qué le vamos a hacer.
En un momento de exaltación, que me digan algo así no relaja las cosas: yo también me enfurruño, ahora me enfado, no respiro y no te ajunto, pero en seguida me da por pensar. Pero ¡bueno! ¿me crees tan imbécil como para defender mi argumento pensando que no tengo razón? ¡Venga, hombre, que insultas mi inteligencia y ya no soy rubia! Y la liamos.
Pero, claro, si lo dice... igual es porque otras pesonas sí lo hacen. ¿Lo hacen? C'est uncroyable! ¿En serio?
Y me pregunto ¿quién dice algo si sabe que no tiene razón? Por retorcido que sea un argumento, tiendo a pensar que quién lo utiliza cree que es el adecuado ¿no? ¿NO? ¿Por qué me enfrascaría en una discusión defendiendo un argumento si creo que no tengo razón? No lo entiendo. Esto está muy lejos de mi capacidad de comprensión.
Es como las reacciones a las declaraciones de Gallardón que han generado el hastag #violenciaestructural. Por estúpidas, retrógradas, enfermas, asquerosas y equivocadas que me parezcan esas reacciones, supongo que quién así se manifiesta cree que tiene razón y que por eso lo defiende. ¿No? ¿NO? Pues yo igual, pero sin reacciones de esas, que deberían estar penadas con grapar a la frente a Sonia Monroy pa los restos.
Tooootal, que ahí estamos: el enfadado porque dice que soy una tirana y creo que siempre tengo razón y yo enfadada porque no entiendo cómo puede no darse cuenta de que la tengo.
Y, sí. La cuestión es que soy consciente de que soy difícil. Básicamente, una bocas. Que soy
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Gordicidades
lunes, 5 de marzo de 2012
Yogur de fresa
Los tequilas, las cervezas y los ginestonics de anoche han hecho un buen trabajo: dos horas después de que mi subconsciente decida ignorar al despertador mi consciente se despierta. Tarde. Otra vez tarde.
Paso rápido por la ducha, gancho en el pelo, leggins, maxijersey y rumbo veloz al centro. Gordi, olvídalo, no tienes tiempo para maquillarte y ocultar las ojeras, la piel cansada, el mal humor de la noche anterior. Y ni pensar en arreglarte el pelo. No puedes llegar tarde a la cita.
Sólo me permito un detalle: tacón, mucho tacón. Un buen tacón es el mejor aliado contra todo lo demás.
Aunque sea taconeando, luchar a las dos y media de un sábado contra la multitud que vuelve de la mascletà es una prueba más para mi paciencia y todo lo demás. Me siento como si estuviera luchando contra la vida, contra el mundo y creo que se me nota en la cara, porque la gente se aparta a mi paso.
Mi cita me espera con una sonrisa y la cara y las manos llenas de yogur de fresa. "¡¡¡TÍAAAGORDIIIII!!!". Hay besos y abrazos que borran la tristeza y el malhumor de un plumazo. Besos que, aunque te llenen la cara y el pelo de yogur hacen que el mundo cambie de color y se convierta en rosa en un momento.
Así que, con la resaca pintada de fresa y la tristeza alejándose rápidamente en un Ferrari de juguete, me lanzo a la conquista del mundo armada con un sobrino de dos años y medio roncando a pierna suelta. Da igual que hayamos quedado con alguien. Los niños no entienden de horarios ni de obligaciones: comen, duermen, cagan. Cuando les viene bien a los cabrones. Eso es así.
De repente, un monstruo insensato armado con un petardo me despierta al niño, que empieza a llorar, asustado, como si se acabara el mundo. Maldito sea... Le mataría con sus propias manos pero estoy acupada abrazando muy fuerte a mi niño entre mis brazos, con lágrimas en los ojos porque no soporto que sufra... y está sufriendo. Bien, quizás es algo exagerado. Pero él sufre, y yo también.
Ya no me acuerdo del gancho del pelo, de las ojeras, de los leggins, de la resaca, del olor a yogur pegado al pelo... Sólo pienso en cómo consolar a ese pobre niño que no entiende nada porque acaban de despertarle sin piedad a golpe de masclet.
Y, en ese momento de vulnerabilidad extrema, mientras tengo entre mis brazos a mi niño, mocosos ambos, desconsolados, apoyada en la pared de un Banesto cualquiera, alguien se me acerca sonriente, al grito de ¡GORDI, CUANTO TIEMPO SIN VERTE! Y me quiero morir.
Aquiles, mujer e hijos.
Ahora sí recuerdo, perfectamente, el pelo, las ojeras, los leggins, la resaca... y el olor a yogur, que se hace omnipresente cuando se acercan a saludarme.
Vamos a tomar algo, quédate con nosotros, ¿qué le pasa al niño?. Pobrecito, fíjate, si está con un sofoco... Mujer, vamos a sentarnos, que juegue un poco y se calme, ¿no? Anda, mujer, que hace mucho que no nos vemos...
Mi resaca me aprieta las sienes con golpecitos y noto únicamente el peso del niño, sus lágrimas mojando mi cara, sus manitas acariciando mi pelo... El mundo se ha parado en ese punto, en ese momento. Miro a Aquiles y veo su cara desencajada escondida tras las gafas de sol, suplicándome en silencio que siga mi instinto, que siga mi camino, que no lo haga, que no acepte la invitación.
Soy consciente de la cara de tonta que tengo, respondiendo a la sarta de preguntas con monosílabos, excusándome porque tengo que llevarme al niño a algún sitio... Soy consciente de quién es esa mujer. Y empieza a haber tensión. Yo estoy tensa, al menos.
Pero se me quita de golpe.
¡Mira, TíaGordi, SANJOSÉ!
Los niños, que comen, duermen y cagan cuando les viene bien, a veces también sirven para despertar a una gorda resacosa, desvencijada y con olor a yogur de fresa y recuperarla para la causa.
Mientras acierto a sacar una toallita mojada para quitarnos el olor a fruta empiezo a recuperar la sonrisa. Sí, cariño, San José, ¿vamos a verlo de cerca? Lo siento, no puedo, quedarme, me esperan mis padres y llego tarde. Oye, encantada de veros, ¿eh? hale, que lo paséis bien.
Y me alejo taconeando, notando como los músculos de la cara se relajan al ritmo de Un elefante, se balanceaba, sobre la tela de una araña...
No hay como un niño y unos buenos tacones para olvidar el olor a yogur de fresa y remontar el sábado.
Paso rápido por la ducha, gancho en el pelo, leggins, maxijersey y rumbo veloz al centro. Gordi, olvídalo, no tienes tiempo para maquillarte y ocultar las ojeras, la piel cansada, el mal humor de la noche anterior. Y ni pensar en arreglarte el pelo. No puedes llegar tarde a la cita.
Sólo me permito un detalle: tacón, mucho tacón. Un buen tacón es el mejor aliado contra todo lo demás.
Aunque sea taconeando, luchar a las dos y media de un sábado contra la multitud que vuelve de la mascletà es una prueba más para mi paciencia y todo lo demás. Me siento como si estuviera luchando contra la vida, contra el mundo y creo que se me nota en la cara, porque la gente se aparta a mi paso.
Mi cita me espera con una sonrisa y la cara y las manos llenas de yogur de fresa. "¡¡¡TÍAAAGORDIIIII!!!". Hay besos y abrazos que borran la tristeza y el malhumor de un plumazo. Besos que, aunque te llenen la cara y el pelo de yogur hacen que el mundo cambie de color y se convierta en rosa en un momento.
Así que, con la resaca pintada de fresa y la tristeza alejándose rápidamente en un Ferrari de juguete, me lanzo a la conquista del mundo armada con un sobrino de dos años y medio roncando a pierna suelta. Da igual que hayamos quedado con alguien. Los niños no entienden de horarios ni de obligaciones: comen, duermen, cagan. Cuando les viene bien a los cabrones. Eso es así.
De repente, un monstruo insensato armado con un petardo me despierta al niño, que empieza a llorar, asustado, como si se acabara el mundo. Maldito sea... Le mataría con sus propias manos pero estoy acupada abrazando muy fuerte a mi niño entre mis brazos, con lágrimas en los ojos porque no soporto que sufra... y está sufriendo. Bien, quizás es algo exagerado. Pero él sufre, y yo también.
Ya no me acuerdo del gancho del pelo, de las ojeras, de los leggins, de la resaca, del olor a yogur pegado al pelo... Sólo pienso en cómo consolar a ese pobre niño que no entiende nada porque acaban de despertarle sin piedad a golpe de masclet.
Y, en ese momento de vulnerabilidad extrema, mientras tengo entre mis brazos a mi niño, mocosos ambos, desconsolados, apoyada en la pared de un Banesto cualquiera, alguien se me acerca sonriente, al grito de ¡GORDI, CUANTO TIEMPO SIN VERTE! Y me quiero morir.
Aquiles, mujer e hijos.
Ahora sí recuerdo, perfectamente, el pelo, las ojeras, los leggins, la resaca... y el olor a yogur, que se hace omnipresente cuando se acercan a saludarme.
Vamos a tomar algo, quédate con nosotros, ¿qué le pasa al niño?. Pobrecito, fíjate, si está con un sofoco... Mujer, vamos a sentarnos, que juegue un poco y se calme, ¿no? Anda, mujer, que hace mucho que no nos vemos...
Mi resaca me aprieta las sienes con golpecitos y noto únicamente el peso del niño, sus lágrimas mojando mi cara, sus manitas acariciando mi pelo... El mundo se ha parado en ese punto, en ese momento. Miro a Aquiles y veo su cara desencajada escondida tras las gafas de sol, suplicándome en silencio que siga mi instinto, que siga mi camino, que no lo haga, que no acepte la invitación.
Soy consciente de la cara de tonta que tengo, respondiendo a la sarta de preguntas con monosílabos, excusándome porque tengo que llevarme al niño a algún sitio... Soy consciente de quién es esa mujer. Y empieza a haber tensión. Yo estoy tensa, al menos.
Pero se me quita de golpe.
¡Mira, TíaGordi, SANJOSÉ!
Los niños, que comen, duermen y cagan cuando les viene bien, a veces también sirven para despertar a una gorda resacosa, desvencijada y con olor a yogur de fresa y recuperarla para la causa.
Mientras acierto a sacar una toallita mojada para quitarnos el olor a fruta empiezo a recuperar la sonrisa. Sí, cariño, San José, ¿vamos a verlo de cerca? Lo siento, no puedo, quedarme, me esperan mis padres y llego tarde. Oye, encantada de veros, ¿eh? hale, que lo paséis bien.
Y me alejo taconeando, notando como los músculos de la cara se relajan al ritmo de Un elefante, se balanceaba, sobre la tela de una araña...
No hay como un niño y unos buenos tacones para olvidar el olor a yogur de fresa y remontar el sábado.
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