Ahora vuelvo a echar de menos pero no quiero estar triste, ya hay demasiada tristeza a mi alrededor y no me puedo permitir más. O no quiero.
Intento racionalizar mis sentimientos, me repito una y otra vez eso de que nadie se muere por echar de menos, me digo que no pasa nada, que la vida sigue, que pasan otras cosas que merecen mi atención, que hay otras personas a las que quiero prestar atención... me miento...
En este ejercicio de racionalización extrema me digo que no echo de menos a la persona, que lo que me atora las arterias hasta quitarme la respiración a veces es ora la ansiedad, ora el colesterol, ora el recuerdo mitificado de aquel que estuvo a mi lado y se ha ido.
El colesterol y la ansiedad me preocupan poco. Una se medica o se muere y a otra cosa, mariposa. Es el recuerdo, lo jodido. Porque, si llegamos a ser conscientes de que echamos de menos el recuerdo de alguien, sabemos que nunca nada volverá ser lo mismo. Es posible que no le queramos igual, que no nos gusten las cosas que antes nos gustaban de esa persona, que nada sea igual.
Así que no me queda claro que es menos malo, seguir echando de menos a alguien desesperadamente, manteniendo viva la esperanza de que vuelva algún día, o saber que echo de menos su recuerdo y que nunca volverá.
Barbra Streisand, The way we were