sábado, 3 de abril de 2010

Confianza

Confianza. Esto va de confianza.

Lo que llamamos pomposamente vivir* no sería nada sin confianza. Nuestras piernas nos sostendrán cuando nos levantemos de la cama, seremos capaces de planchar la camisa sin quemarla, vamos a entender los garabatitos que nos han dejado en un post it...

La mayoría de las cosas las hacemos de manera inconsciente, instintiva, nuestro cuerpo sabe qué hacer y lo hace, gracias a los chorrocientos mil millones de conexiones que van solas en nuestro celebro, que dice "eh, después de lavarte las manos, las secas con esa tela que hay colgada ahí" Nuestro subconsciente tiene tanta confianza en sí mismo que ni se preocupa en avisarnos de que vamos a hacer estas cosas, las hace solo.

Cuando subcons tiene que tomar una decisión que no tiene programada, por decirlo de alguna manera, llama al celebro y le pregunta "Oye, ¿qué hago?" y la masa gris y grasienta que tenemos en el top se despierta y piensa. Y, a la vez, pone en marcha la glándula de la confianza en uno mismo. Esta glándula es bastante importante: nos impulsa a leer un texto más complejo y nos hace saber que vamos a entenderlo; nos lleva a tirarnos a la piscina porque recuerda que sabemos nadar; nos hace correr cuando vemos llegar el autobús porque sabe que lo cogeremos... esas cosas. Tomamos esas decisiones porque confiamos. No sé si en nosotros, en el universo, en la física o en la ley divina, pero confiamos.

Lo chungo viene cuando hay otra persona involucrada porque ¿hasta qué punto podemos confiar en otra persona? ¿Cómo medir la confianza que podemos depositar en el otro?

A veces, si lo pensamos seriamente (aquí el celebro está rugiendo de placer) somos capaces de establecer un baremo que nos ayuda a decir fulanito no va a dejarme tirado o ni de coña le cuento esto a sotanito. Este baremo está fundamentado en nuestra experiencia con otras situaciones similares, con esas personas mismas, con nosotros... Otras veces, si se trata de una decisión seria, es más difícil establecer ese rasero, influyen otras cosas: ¿qué repercusiones va a tener para mí confiar o no en esta persona? Y ahí está el gran problema.

Porque en este punto hay que tener en cuenta la programación de fábrica de la enzima de la confianza en el prójimo. Hay de quién es desconfiado por naturaleza y hay de quién le prestaría su LP de edición numerada del Disco Blanco a cualquiera sin dudarlo. Ser desconfiado por naturaleza puede evitar muchos problemas pero es muy cansado y da pocas satisfacciones. Y ser excesivamente transparente y confiado atrae a los malotes como la miel a las moscas. Descorazonador, francamente.

Lo ideal es encontrar el punto G del equilibrio. La relación perfecta entre la actividad de la glándula de la confianza en uno mismo y la la enzima de la confianza en el prójimo porque, a veces, una producción excesiva de enzimas puede repercutir negativamente en la glándula, y viceversa. Qué difícil.

Y es que la enzima de la confianza en el prójimo tiene memoria. Es rencorosa, vaya. Putadón.

Sí. Cuando la enzima se decepciona porque ha depositado su confianza en alguien y es traicionada se cuelga el cartel "Víctima de putada". Como es muy incómodo llevar este cartel todo el rato y es muy difícil encontrar zapatos que le vayan bien el resto de enzimas se vuelven desconfiadas, no vaya a ser. Y, a medida que va creciendo el número de carteles de "Víctima de putada", las enzimas se van protegiendo cada vez más y se vuelven más estrictas y malpensantes.

Así es como una persona otrora confiada se convierte en un aeropuerto estadounidense.

Además, cuando traicionan la confianza de una, se te queda una cara de gelipollas...




*Esto es, levantarse por la mañana, ir al baño, trabajar, comer, hablar, dormir, cagar, enfadarse, reír, rascarse, andar, follar, vestirse... vamos, lo que viene siendo no estar muero.