Quiero un hombre inteligente. Que sepa calcular de cabeza cuánto voy a ahorrarme si me cambio de compañía de teléfonos. Que deduzca solito que si salgo de Madrid a las ocho es posible que me venga bien que vaya a recogerme porque llegaré pasadas las doce a mi destino.
Quiero un hombre que sea culto. Quiero poder hablar de metafísica o de filosofía, que no le importe explicarme porqué el córtex se me incendia o cómo funciona eso de la relatividad. O que no vacile cuando hablo de John Irving o Churchil. Que sepa quién es Mancuso o cómo funciona la publicidad de Google. Que pueda pasar horas hablando de amplis de válvulas o de cómo se quitan los huesos de las aceitunas.
Quiero un hombre con sentido del humor. Que llore de risa con Sheldon o con Gurb. Que sepa que significa Hillary y que me diga por las noches que le duelen las verticales. Quiero que sepa que tengo cosquillas en las rodillas y que se ría conmigo antes de acercarse a comprobarlo.
Quiero un hombre que me desee. Que no pueda esperar a que llegue a casa para desnudarme y me desabroche el pantalón en el ascensor. Que respire entrecortado cuando le abrazo por detrás. Que se excite sólo porque sabe que estoy desnuda esperándole. Quiero un hombre de manos grandes y labios carnosos. Que me muerda a veces y contenga mi pecho con pasión.
Quiero un hombre habilidoso, que sepa cambiar un huevo y freir un enchufe, que explore la selva para traerme un mango, con la única ayuda de un chicle y un bastoncillo. Que sepa qué c*ñ* es un escoplo y la cinta de carrocero.
Quiero al hombre ferpecto. Debe ser porque no existe.