miércoles, 12 de abril de 2023

"¿Conoces la historia del mapa de Piri Reis?"

- ¿Dónde me has dicho que íbamos?

- Tranqui, está cerca. No seas desconfiada, hostias, que estás a salvo conmigo.

No desconfío de ti, Pablo, desconfío de todos.

He desconfiado de ti desde que has decidido que te interesaba más yo que la otra rubia del otro lado y le has dado la espalda para prestarme toda tu atención. Total, porque he sabido que lo llevabas tatuado es un sextante. A mí no me parece razón suficiente pero para ti sí lo ha sido, al parecer.

No recuerdo qué he dicho para que pensaras que me interesa la cartografía pero debo haberlo dicho bien porque desde ese momento no he tenido más horizonte que tus ojos mirándome fijamente, tu flequillo rizado y las gafas negras de pasta. Y no has parado de hablar. Si lo has hecho a propósito para llevarme al huerto lo has hecho bien, un par de horas después correteo a tu lado sin saber muy bien hacia dónde.

- ¿Pero no sabías dónde estaba el sitio ese?

- Que sí, joder, que es una calle de estas, ya estamos.

Hace un rato me cogiste de la mano sin preguntar, no sé si para guiarme por la confusa noche madrileña o para que no escapara si te perdías. Se me están durmiendo los dedos: aprietas mucho y tengo las manos heladas pero antes me las corto que me suelto. Tienes la mano grande, caliente, y de vez en cuando acaricias con el dedo gordo, como para asegurarte de que sigo aquí.

Sigo aquí, Pablo, no voy a escapar.

Aunque estoy un poco decepcionada, no esperaba bolognesa a estas horas...

- Esto te va a encantar, ya verás. 

No le dije que ya conocía el sitio, supongo que por una mezcla entre no quiero que piense que soy una golfa y no quiero que se desencante. Cuando sonríe le salen hoyuelos y las gafas le caen hasta el borde de la nariz y ahora mismo me iría con él al fin del mundo.

A lo mejor lo he dicho en voz alta porque, de repente, me doy cuenta de que estamos hablando de grandes marinos y de historias de conquistadores.

Y me cuenta la historia del mapa de Piri Reis. Saca un boli y dibuja en una servilleta el borde de algo, dibuja y habla y yo sólo escucho nieve, Groenlandia, Cristóbal Colón y "imposible". "Era imposible", dice todo el rato, "imposible". 

No hay nada imposible, Pablo. 

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Conseguí vestirme más o menos dignamente gracias a la luz que entraba por la ventana.Gracias a esa misma luz me di cuenta que lo que había a la cabecera de la cama era un mapa, gigante, como antiguo, y recordé vagamente que habíamos hablado de eso, de los dibujos, de su entusiasmo.

Cuando dos semanas después me enteré de que finalmente había aceptado el trabajo en Estocolmo yo ya me sabía la historia del mapa de Piri Reis como si fuera la mía.


* Si quieres saber algo más de la imposible historia del mapa de Piri Reis...

** Ya me extrañaba que nunca hubiera salido en el blog.

jueves, 30 de marzo de 2023

Sobre la tristeza

La tristeza es un temazo.

Yo he sido triste. Y he estado triste, tristísima. Mucho tiempo y muy profundamente.

Y luego no. Y otra vez. 

He ido y vuelto de la tristeza muchas veces, y lo que te rondaré.

He sido triste de solemnidad, de llorar cada minuto del día y no poder dormir por la noche por estar llorando.

He estado triste con y sin razón aparente, por motivos evidentes y compartidos y por pájaras personales que nadie más comprendía.

He estado tan, tan triste, que se me olvidó que podía estar de otra manera.

He sufrido el no estés triste, anímate, el tiempo lo cura todo, esto pasará... los he sufrido todos, muchas veces.

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La tristeza es como un tanque de privación sensorial rodeado por un foso con cocodrilos y valla eléctrica. Permite la entrada, únicamente, a pensamientos y palabras de refuerzo, y ataca con el lanzallamas cualquier comentario que no le dore la píldora. A la tristeza no le gusta que nadie le lleve la contraria. Si no la toreas, se extingue.

La tristeza es egoísta y poco empática. Te deja tan en la mierda que no puedes permitirte el lujo de pensar en las demás personas. 

Crees que sí, pero no. Lo ocupa todo y no deja sitio ni ganas para pensar en los demás.

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Entiendo la tristeza profunda. Esa que baila a tu alrededor tu canción favorita mientras te mantiene inmóvil atada a la cama.

Entiendo volverse una persona huraña, porque una de las habilidades de la tristeza es poner un velito oscuro y maloliente a todo para que el mal humor campe a sus anchas.

Entiendo llegar a pensar que ya es para siempre, que no hay cambio posible, que la tristeza va a ser nuestra novia hasta la muerte, en una orgía de lágrimas en la que también se quitan las bragas la soledad, la desidia y el rencor.

Entiendo que el dolor que provoca tristeza sea responsable, también, de la autocompasión y el vampirismo emocional.

Lo entiendo, en serio, lo entiendo*.

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Por eso, porque entiendo la tristeza, porque soy consciente de que tengo que estar atenta siempre a la nube negra a punto de estallar que me sigue a todas partes y me recluirá en el tanque sine die, te digo: mira a tu tristeza a la cara y dile que se ha acabao, que ya no puedes más, que quieres que se retire cuando le toca, que no cabéis todo el tiempo en el mismo sitio.

Y, si no puedes o no sabes, busca ayuda profesional para que no se coma tu vida.


 

 


* Recuerda, si no, cómo se llamaba el blog...

jueves, 9 de febrero de 2023

Menosmal

Hace unos meses apareció este mensaje en mi móvil:


El corazón se me puso a mil y un pensamiento se quedó rebotando en mi cabeza como una bola de pinball: Menosmal. Menos mal que no se ha ido del todo, menos mal que sigo teniendo línea directa. Menosmal.

Este pensamiento salió disparado, incontrolable, a velocidad ultrasónica. Hubiera caído en el olvido si no se hubiera topado con la Esquina de la tristeza, un espacio trampa porque todo lo que cae ahí se queda durante días, en un pinypón sin fin descontrolable entre el Techodemenómetro y el Necesitorio de vuelta.

En aquel momento su impacto fue devastador: pasé días, semanas, igual, llorando a moco tendido cada vez que lo veía. Y lo veía a menudo, porque, yo qué sé, otras personas mandan mensajes por Telegram y tenía que abrirlo de vez en cuando. Cada una de esas veces se activaba la alarma del Menosmal y, entre sollozo y sollozo, sólo podía pensar en lo muchísimo que me gustaría hablar con mi madre, y en lo mucho que la necesito todavía.

Racionalmente soy consciente de que mi madre ya no está ahí, que es porque le han dado ese número a otra persona, que ese mensaje no es más que una muestra de que la vida sigue. Así que cualquiera diría que hay una solución facilísima para evitar toda esta mierda: borra el contacto. Muerto el perro, se acabo la rabia (guiño, guiño, codazo, guiño).

Pues no puedo. Es como borrar fotos suyas del móvil. No puedo. No quiero.

Y así seguimos.

Contra todo pronóstico, y a pesar de tanto ir y venir por los rincones de mi cabeza, después de todos estos meses el Menosmal sigue rebotando cada vez que lo veo.

Hasta hace unos días, que tuve que reinstalar Whastapp en el móvil y me encontré con esto:

Ahora es más real que otra persona usa su móvil. Es una foto familiar, como de un padre con su hija pequeña.

A veces la miro y pienso cómo será su vida, dónde viven, qué pensarían si supieran que ver su foto me enfada muchísimo porque me siento traicionada, como si me hubieran quitado algo que era mío. Que se vayan, qué hace ahí esa foto. ¡Usurpadores!

Luego se me pasa y deseo que esa niña tenga la suerte de tener una madre como la mía.

Y dejo el Menosmal rebotando en mi cabeza el tiempo que le haga falta, con la inquietante sensación de que el día que se cuele por el agujero habré perdido la partida.


lunes, 2 de enero de 2023

El día siguiente

No he tenido ganas de hacer un post despedida o resumen de 2023.

Aunque lo pensé, incluso lo empecé, no he tenido ganas. Me parecía un dejà vu: que si vaya mierda de año, que si qué ganas de que se acabe, que si blablabla... Lo mismo de siempre.

La experiencia me dice que si me pusiera sacaría muchas cosas positivas de este año, claro que sí*. las ha habido. Lo que pasa es que así, en punto gordo (guiño, guiño, codazo, guiño) cuando miro para atrás siempre me pesa más lo malo que lo menos malo. Soy tirando a pesimista, qué quieres que te diga, y el cambio de año me dice más bien poco.

No descubro nada, lo dijo Radio Futura en 1987:

Nunca se puede saber

Lo que va a ocurrir mañana,

Salvo que al fin de semana,

Sigue un lunes otra vez.

Cara o cruz, de La canción de Juan Perro

O el 1 de enero es el día que sigue al 31 de diciembre, y todo sigue igual.

¿Había venido aquí a quitar épica, romanticismo e ilusión a lo del Fin de Año? No especialmente, pero esto en lo que ha quedado este post, que en origen era un intento de recuperar la rutina de escribir por el simple y mundano placer de hacerlo. Que he leído un hilo de esos de propósitos para el año nuevo que decía que para cumplir los ídem HAY QUE HACERLOS (valga la redundancia) y me lo he creído. O he hecho como que me lo he creído, yo qué sé.

Así que aquí estoy, dando vueltas de vez en cuando al capuchino descafeinado, con Radio Futura de fondo, pensando en lo ¿triste, desganao, vacío? que está quedando este post, consciente de que la Gordi de hace un mes seguramente no publicaría por no pasar el control de calidad propio, como los otros cerca de 200 borradores muertos. O 300, así de cabeza no me sale la resta.

¿Qué ha pasado para que puedas leerlo? Que la Gordi que está hoy al mando necesita recuperar la rutina de escribir más que conseguir la excelencia. 

¿Qué va a pasar a partir de ahora? Pues vamos a tener que esperar al post de despedida/resumen de 2023.


* Y no pienso retar a nadie ni recoger ningún guante.

domingo, 1 de enero de 2023

Dos años de zapatilla

En enero de 2021 Bettie, siempre la más lista, propuso en tuiter que tuviéramos el propósito, no sólo de hablarnos mejor a nosotras mismas, sino de no dejar que nuestras amigas se hablaran mal a sí mismas.

Me subí al carro rapidísimo y además traje conmigo mi zapatilla de unicornio con la que amenazar al resto cuando se hablaran mal, acompañado de un PERO QUE TE HABLES BIEN, COÑO, o frase de amor similar porque siempre he sido un bollito.

He pasado dos años sacando zapatillas e insistiendo, no ya en que te hables bien, sino en que no te hables mal. Merecemos mucha más comprensión (y compasión) de la que nos damos. Y creo que ha sido muy guay recordárselo a mi entorno, no me arrepiento de nada y si he sido pesada, pues os aguantáis y haber tenido otras amigas. Esto del hablarse bien es el mayor FAKE IT TILL YOU MAKE IT de mi vida, me lo he dicho mil veces sin convencimiento ninguno hasta que un día algo hizo clic y me lo empecé a creer.

Dos años después, me bajo del carro. Por mi parte es una misión cumplida, he conseguido entrenarme para ser más cuidadosa conmigo misma, ser más paciente conmigo misma y regañarme con más cariño. Que si un día estoy tontísima, poder decirme que estoy tontísima, sabiendo que NO SOY tontísima y que seguro que mañana no me parezco tan tonta. Tenemos un nivel de exigencia con nosotras mismas (y sí, hablo en femenino porque creo que es más frecuente entre mujeres) que no le consentiríamos a nadie, estamos acostumbradísimas a poner en valor a las demás quitándonoslo a nosotras... tenemos normalizado hablarnos mal a nosotras mismas. Y no puede ser.

PERO. Han pasado dos años y hay que seguir con otras cosas. La zapatilla se retira, ha trabajado muchísimo estos dos años y toca volar solas. Espero que la zapatilla le haya sido útil a alguien, al principio era esa la idea, pero como siempre, cuando haces algo pensando en los demás el mayor beneficiado sueles ser tú mismo.

En realidad ha sido bastante divertido ir pegando zapatillazos pero espero no echarlo de menos. A partir de ahora espero que cuando os habléis mal, imaginéis una zapatilla azul de unicornio agitándose y mi vocecita diciendo PERO QUE TE HABLES BIEN, COÑO.

 

Esta es de #EvilPartnerInCrime, @mg_ocio.